Aviso a navegantes
A Xabier, Mikel, Leire y Ariadna.
A Pol y Paul, a las nietas y los nietos que irán llegando,
y a sus descendientes.
El único enemigo posible capaz de causar encuentros con el pasado es el paso tiempo.
En mi familia, ser de la Real Sociedad, más que una tradición, es una seña de identidad... aunque alguno acabe cantando el himno del bus.

En muchas ocasiones, la inexorable ley de la vida y de la muerte se cumple con cierta lógica. Pero, en otros casos, carece del menor de los sentidos.
Reflexiones, opiniones, tesis, epístolas, notas y escritos de diversa índole, que recogen puntos de vista captados desde diferentes perspectivas.
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Textos sobre deporte, elaborados desde el bagaje de décadas de dedicación profesional. La mayoría son de opinión; algunos, un poco más técnicos.
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No creo que la lectura de un necesariamente sucinto y poco matizado currículum vitae proporcione una descripción interesante del devenir de una persona por la vida. Al menos en mi caso no me siento identificado con un retrato exprés que diga que nací en 1953, que soy licenciado en Ciencias Físicas -y eterno estudiante de Sociología-, y que he sido profesor de matemáticas y física, sindicalista en los años de la transición y, durante décadas, técnico de deportes en la administración pública. Así que, si realmente quieres saber algo sobre mí, te sugiero que leas Breve historia de la vida pública de jga y ¿Quién ha dicho que siete años no son nada?
Ian Fleming (1908-1964), en Goldfinger (1950), uno los episodios más conocidos de las novelas que tienen como protagonista a James Bond, en una reflexión del famoso agente -que, con todo respeto hacia Sean Connery, debería pasar a la historia encarnado por Daniel Craig- pone en boca de 007 una sentencia inquietante. Se trata de una valoración conspirativa de los patrones que siguen los acontecimientos inesperados: “Una vez es casualidad. Dos veces es coincidencia. La tercera es acción del enemigo”. En pocos días, mientras caminaba por la calle, se han repetido dos veces encuentros inesperados, que, en buena lógica, debían ser interpretados en clave de casualidad y coincidencia. Después, cuando este texto ya se estaba redactado, ha habido un tercero y, en consecuencia, la invitación a pararme a pensar quién es el enemigo.
Primera vez. Voy por una calle del barrio en el que vivo, acompañado de un amigo. Se nos acerca un señor de edad similar a la nuestra. Como he sabido después, es un viejo conocido de mi amigo y, al parecer, a mí también me conocía desde hace tiempo. Sin preámbulos, nos cuenta una historia que, después de acabada, entre los tres hemos convenido que databa de hace bastante más de cuarenta años.
Según nos cuenta, el entonces alcalde de Donostia le envió a una reunión a Vitoria-Gasteiz, a la que debían asistir representantes de las diputaciones forales de los tres Territorios Históricos de la Comunidad Autónoma del País Vasco y de los ayuntamientos de sus respectivas capitales. El objeto de la reunión era consensuar la postura de estas entidades en la negociación de las condiciones de trabajo de las y los empleados públicos de las administraciones forales y locales. Según la información recibida por nuestro hombre, se trataba de una reunión entre altos funcionarios y su contenido, de carácter estrictamente técnico.
Sin embargo, el escenario con el que se encontró fue bien distinto del previsto. Por un lado, entre los asistentes, el único técnico era él, mientras que el resto de los representantes de las seis instituciones y, también, del Gobierno Vasco eran cargos políticos (entre ellos, algunos de los prohombres de la política del País Vasco en aquellos años de la transición). Por otro lado, no se trataba de una reunión preparatoria, sino de una batalla real, en la que también comparecía la otra parte: los sindicatos.
El que, según me hizo recordar después mi amigo, en la época referida se encargaba de los asuntos laborales en el ayuntamiento donostiarra acaba el relato explicando su razón para contármela. Para entonces yo ya tenía claro el papel que me había tocado en aquella historia. En efecto, el narrador me recuerda como el portavoz de las huestes sindicales, y confiesa que llevaba tiempo con ganas de decírmelo cada vez que se cruzaba conmigo por las calles del barrio.
Segunda vez. A los pocos días, voy caminando por una calle adyacente a la de la primera vez. Voy solo y absorto en mis elucubraciones, sin fijarme en quienes pasan a mi lado. De pronto, oigo que una de las personas con las que me acabo de cruzar pronuncia en voz alta mi nombre y mis apellidos. Me paro, y me doy la vuelta con el convencimiento de que voy a encontrarme una cara conocida.
Se trata de un hombre, que va acompañado de una señora; ambos aparentar ser de una edad un poco inferior a la mía. A poco más de dos metros de distancia, su cara, provista de una poblada barba entrecana y rematada con una similar y abundante cabellera, no me resulta conocida. Da unos pasos, se acerca y me tiende la mano, quizás con cierta decepción por no ser reconocido, aunque me dice que le parece lógico que no me acuerde de él, porque ha pasado mucho tiempo. En ese mismo instante, mientras estrecho su mano, me acuerdo de su nombre y apellido, tantas veces leído y repetido, mientras le escucho decir que fue alumno mío.
El tiempo al que se refiere es anterior al de mis lances sindicales. Me inicié en las labores docentes hace ahora medio siglo. Y él es uno de los alumnos que ha permanecido en mi memoria por su simpatía y cordialidad. Como me dice, entonces yo le parecía un tipo muy mayor, aunque apenas tuviera seis años más que él, como calcula cuando le digo mi edad actual. La relevancia de la diferencia de edad entre aquel joven profesor, recién salido de la universidad, y el alumno adolescente se ha acortado con el paso del tiempo.
¿Y la tercera vez? Unos días más tarde, en un acto vecinal del barrio, me presentan a un señor que, en cuando me acerco, me resulta familiar. Él me lo confirma cuando me dice que soy hermano de mi hermano, ya que es a través de este que me conoce, desde hace tiempo, cuando él ya ejercía como arquitecto y yo todavía trabajaba en la Diputación Foral de Gipuzkoa. Aunque de esto hace menos años que en la primera y la segunda vez, queda también en la distancia.
Después de la tercera, me pongo a pensar en quién es el enemigo del que habla James Bond. Pero no hace falta dar muchas vueltas para encontrar la respuesta a la causa de estos encuentros con el pasado: el único enemigo posible es el paso tiempo. Pero no tiene sentido considerar como tal a quien, amablemente, acerca a personas que han pasado por la vida de uno. Además, conlleva cierta recompensa que te reconozcan y te saluden quienes te recuerdan de un tiempo acabado, en el que uno evita pensar demasiado para no sentir un exceso de melancolía.
P.S.: si alguien quiere ubicar los periodos de mi vida a los que se hace referencia, le sugiero la lectura de Breve historia de la vida pública de jga.