“Recibe con simplicidad todo aquello que te suceda”.

Rabí Shlomo Yitzjaki (1040-1105), en A Serious Man (Joel & Ethan Coen; 2009)

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¡Horror! ¡Pavor! ¡Mierda…!agosto 2023

Mañana de domingo de verano recorriendo el cementerio donde toda la vida ha estado el panteón de la familia. Llega al sitio donde espera encontrarlo: ni rastro de sus antepasados. Jura contra lo más sagrado. Su amigo le dice que en los cementerios es fácil despistarse. Pero el Duque de Windows lo tiene claro: “es una venganza de la alcaldesa saliente”. La causa: años de litigio contra la corporación municipal por la usurpación de un terreno y, encima, impuestos mal cobrados. No le sirve de argumento que, por muy negligente que sea, la burocracia no suele hacer desaparecer los restos mortales de la gente. Y menos sin avisar a la familia. Al final aparecen: alguien que ha cambiado las señalizaciones tiene la culpa del cabreo. Con los últimos juramentos contra la exalcaldesa y la risas por lo bajini de su amigo, el Duque cambia de tercio: le ha venido a la cabeza una historia de cuando era un niño que jugaba por las calles del pueblo.


El Duque presume de haber tenido como compañeros de correrías infantiles a los más pillos del pueblo: “siempre he hecho mejores migas con los hijos del proletariado que con los de la burguesía”. Con los hijos de las migas estaba el día en que la providencia quiso que el efecto contagio hiciera que a varios de ellos les entraran simultáneamente unas inaplazables ganas de cagar. Reunidos en conciliábulo, las opiniones estaban divididas: por un lado, los que eran partidarios de hacerlo junto a la tapia más próxima; a ello se oponían los que en otra ocasión ya habían sido pillados in fraganti: “te llevan de las orejas y te ponen un duro de multa; y luego, en casa, te sacuden”.

El Duque, que no tenía por costumbre tener ganas de hacer lo suyo fuera de casa, se erigió, como era habitual, en capitán araña. (Haciendo honor a su nombre, en ese momento el Duque abre una window para reivindicar que el popular instigador era en realidad el capitán Arana, un vecino del pueblo que tenía entre sus menesteres proveer de tripulantes a las embarcaciones del puerto sin haberse enrolado jamas como marinero.)

La propuesta del Duque era entrar en la iglesia del pueblo y cagar en el interior del confesionario utilizado por el párroco. El lugar, además de discreto, tenía la ventaja de tener a mano el misal del cura, con cientos de páginas de papel biblia para realizar la correspondiente limpieza después de obrar. Dicho y hecho. Allí se fueron: los de los retortijones al confesionario; el resto, solidarios y expectantes, a un banco no demasiado cercano, por aquello de los efluvios.

Poco después, cuando los que habían dado buena cuenta de las páginas del misal se habían ido incorporando al banco de los que esperaban, hubo un momento de incertidumbre. Era la hora de las confesiones previas al rezo del rosario vespertino y una feligresa se acercó al lugar de los hechos y pulsó el timbre para avisar al párroco, que de inmediato hizo acto de presencia.

Cuando entró en el confesonario, con la chavalería sumida en una quietud y un silencio sepulcrales, el párroco clamó al cielo: “¡Horror! ¡Pavor! ¡Mierda en la Santa Casa de Dios!”. Y, tras reclamar la presencia del sacristán para que se hiciera cargo de la limpieza, mientras se arrodillaba frente al altar acabó piadosamente su plegaria: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Pero el Duque y sus compañeros de faena sí que lo sabían, como bien rememora el Duque, con una sonrisa taimada, ante la lápida de sus antepasados. ¡Maldita exalcaldesa!

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