Crónicas de un hombre serio  /  Anecdotario

La crisis de los 70mayo 2020

No me refiero a la crisis de 1973, sufrida por los países industrializados a consecuencia del aumento del precio del petróleo; la causa fue el cabreo de los países árabes por haber perdido la Guerra del Yom Kippur, que pretendía ser la revancha de la Guerra de los Seis Días pero que acabó de mala manera para los dueños del petróleo. Tampoco se trata de la crisis de 1979, causada por un nuevo encarecimiento del oro negro; esta vez al hilo de la conjunción de la Revolución Islámica de Irán (¿se acuerdan del ayatolá Jomeini?) y la guerra entre este país y su vecino Irak (¿y de cuando luego los yanquis derrocaron a Sadam Husein?).

Me refiero a la crisis de los y las que han cumplido 70 años, esa edad en la que, según dicen, la principal riqueza es el tiempo y lo que más se valora es la salud (al respecto, uno de mis compañeros del coro de jubiletas en el que canto -o cantaba- suele decir que entre el elenco de artistas tenemos de todo... menos acné juvenil). Como consecuencia de la fusión entre la crisis de los 70 y la de la pandemia del coronavirus, algunos y algunas que ya están en la setentena y que tiene buena salud se han mosqueado con la estética del desconfinamiento, desescalada o como quiera que se quiera llamar a haber vuelto a pisar las calles nuevamente. (No se trata de poner a nadie triste, pero esta última frase me ha hecho recordar la canción de Pablo Milanés: Yo pisaré las calles nuevamente / de lo que fue Santiago ensangrentada / Y en una hermosa plaza liberada / me detendré a llorar por los ausentes.)

El que me informó de la crueldad estética fue mi amigo Josemi Unanue, indignado por el grafismo utilizado por la ETB para informar sobre las franjas horarias para salir a la calle según la edad o los condicionantes paternofiliales. La correspondiente a los y las 70+ había sido ilustrada con dos iconos que representan a dos supuestos componentes de dicho grupo de edad ¡con bastón y en silla de ruedas! respectivamente. Algo indignante y digno de cabreo para quien, como Josemi, es capaz de subir al Txindoki dejando tras de sí una larga fila de resoplantes. La reacción inicial fue preparar una protesta en toda regla; luego, la toma de conciencia del privilegio que supone andar con cierto relajo, sin apreturas y hasta desenmascarado por el centro de Donosti llevó a dulcificar la postura reivindicativa. No vaya a ser que los cabecillas de la protesta fueran conminados a compartir tiempo y espacio con criaturas, adolescentes frustrados y todo tipo de especies deportivas urbanitas. Solo faltaría.

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