Crónicas de un hombre serio  /  Anecdotario

La montaña suiza2014

A mediados de los años 80 estuvo en San Sebastián el ajedrecista Anatoli Kárpov. En aquel momento era el campeón del mundo, y vino a hacer una exhibición de su talento jugando unas simultáneas con ajedrecistas guipuzcoanos; y, por supuesto, a ganarse unos dólares (exigía que se le pagara en la moneda del imperio). El evento lo organizaron las fuerzas vivas del ajedrez guipuzcoano, encabezadas por Juan Bautista Aranzabe "Mate"; el patrocinio -o sea, los dólares- corrían a cargo de la Diputación de Gipuzkoa.

En aquella visita tuve la oportunidad de comprobar que no era una leyenda urbana que los notables soviéticos que viajaban al extranjero iban acompañados de agentes del KGB. En efecto, durante el tiempo que pasó en San Sebastián, el campeón llevó pegado como una lapa a un genuino representante del prototipo de KGBero que se nos había presentando en las películas sobre la guerra fría: no muy alto pero fornido y rocoso como un primera línea de rugby, manos de pelotari y mirada inquietante; en resumen: un tipo al que era mejor tener de amigo que de enemigo.

Hablaba un castellano más que aceptable y ejercía con eficacia su tarea, que no quedaba claro si era de guardaespaldas, de vigilante de la ortodoxia soviética, de maestro de ceremonias o, lo más probable, de todo un poco. Resultó ser un tipo simpático, sobre todo después de compartir con él un largo rato en Akelarre, sitio al que los llevamos a comer.

Para acabar la tournée nos detuvimos en Igueldo para que los visitantes pudieran disfrutar de una visión panorámica de la ciudad. Comenté al agente del KGB que estábamos en un parque de atracciones y que la más tradicional era la que se anunciaba en un cartel como montaña suiza, aunque popularmente era conocida como la montaña rusa. El tovarich me miró sonriente, y con toda la sorna de que era capaz de expresarse utilizando el castellano me dijo que en Rusia denominaban a esta atracción montaña americana.

Durante años he recordado este episodio señalando la habilidad dialéctica de mi interlocutor. Pero muchos años después leía con sorpresa en la Wikipedia que: “La montaña rusa debe su nombre a las diversiones desarrolladas durante el invierno en Rusia, donde existían grandes toboganes de madera que se descendían con trineos deslizables sobre la nieve. Irónicamente, los rusos le llaman Amyerikánskiye Gorki o "montaña americana".

Durante años había pensado que el agente del KGB había pretendió devolverme la tomadura de pelo y, por tanto, había archivado en el recuerdo su respuesta como una broma ocurrente, pero, al parecer, sólo me estaba dando una información curiosa. Excepto que -algo muy improbable- la “montaña americana” que consideraba una ocurrencia del colega de Puttin se popularizase en Rusia con posterioridad a su visita a Donostia y ¡llegase hasta la Wikipedia!

Por cierto, tras finalizar las simultáneas, Kárpov -que había hecho tablas en varias partidas e incluso perdido alguna- estaba molesto porque el nivel de sus rivales había sido demasiado alto para este tipo de competición, ya que entre ellos había varios maestros FIDE (uno de ellos el irunés y conocido cronista de ajedrez Leontxo García Olasagasti). No obstante, Kárpov se mostró en todo momento como una persona amable y respetuosa. No cabe decir lo mismo de su gran rival, Kaspárov, que visitó Donostia poco tiempo después para protagonizar un evento similar (y cobrar, también, en dólares). Probablemente era todavía demasiado joven.

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