Crónicas de un hombre serio  /  Anecdotario

Riña de gallos viejos en el Eroskimayo 2024

En 1973 el antropólogo estadounidense Clifford Geertz (1926-2006) publicó su obra La interpretación de las culturas, en uno de cuyos capítulos describe y analiza el significado sociológico de la riña de gallos en Bali. Los gallos balineses que participan en la riña son ejemplares en plenitud de su poderío físico, adiestrados para una lucha a muerte. La riña en el Eroski se produjo entre dos gallos viejos, y tuvo su origen en el mal trato que uno de ellos estaba infligiendo a dos hembras de su especie, una joven y otra menos joven.


La joven era una empleada de la cadena de supermercados que en ese momento ejercía de cajera; la menos joven, una señora de edad avanzada que estaba pagando la compra y solicitó que se la enviaran a su domicilio. Los trámites para el envío a domicilio exigían que la cajera dedicara un tiempo suplementario al que conlleva el simple pago de la compra, y avisó de ello a las personas que hacían cola para ser atendidas. En ese momento, el siguiente de la cola, un gallo viejo, manifestó su enfado a la cajera. El enfado estaba justificado, ya que, al parecer, le habían dirigido a aquella caja desde otra a la que había acudido en primera instancia. La cajera le respondió que lo sentía, pero que solo le informaba de que iba a tardar un poco más de tiempo en atender a la señora por tratarse de un envío a domicilio. Y ahí fue cuando el gallo viejo empezó a alzar la voz para despotricar. Empezaba a fraguarse la riña de gallos viejos.

El otro gallo viejo, que era el segundo de la cola, estaba de acuerdo en que el primero tenía razones para su enfado. Era evidente que el número de cajas disponibles en el establecimiento no era suficiente para que la clientela pudiera realizar los pagos sin perder demasiado tiempo. Pero lo que no le parecía correcto es que pusiera de manifiesto su malestar dirigiéndose de malos modos a la cajera. No obstante, no fue ese el detonante de que el segundo gallo viejo entrara en la riña, ya que la cajera parecía acostumbrada a lidiar con las protestas de quienes hacen cola y con cuajo suficiente para no dejarse amedrentar por el gallo viejo enfadado, incluso cuando este comenzó a subir el tono de las protestas.

El panorama cambió cuando el antedicho empezó a dirigir su diatriba contra la señora que había solicitado el envío de la compra a domicilio. Aunque es posible que tuviera cierta dificultad para realizar con rapidez los trámites que le iba pidiendo la cajera, lo cierto es que empezó a mostrarse visiblemente más nerviosa y menos acertada cuando el primer gallo viejo comenzó a hacer gestos y lanzar exclamaciones contra ella. Y la riña de gallos viejos se hizo inevitable cuando el primero, para entonces totalmente encabronado, buscó con la mirada al segundo gallo viejo. Hasta entonces, este se había limitado a mirar a la cajera con gestos de comprensión y con cara de pocos amigos al primer gallo viejo. La actitud de este para con la señora mayor hubiera sido motivo suficiente para que se iniciara la riña, pero fue su mirada buscando complicidad el detonante que la hizo inevitable.

Como era esperado, ante la petición del gallo viejo recién entrado en lid de que bajara el tono, cuidara sus modales y fuera respetuoso con la cajera y con la señora, el primer gallo viejo, tras alcanzar su máximo nivel de encabronamiento, entró a saco en la riña. Subió el volumen todo lo que le daba su registro de barítono cascado para decir al otro que se metiera en sus asuntos y que se fuera a tomar por donde no creo que le guste a ningún gallo. El otro le respondió, sin alterarse pero en tono suficientemente enérgico, que la cosa no iba de gallos y espolones, sino de respeto a las hembras.

La riña fue corta, como la de los gallos balineses, e incruenta, a diferencia de la de aquellos. Pero sirvió para que, en cuanto pagó, el primer gallo viejo se alejara llevándose su compra y poniendo aparentemente fin a su ataque de ira. El otro gallo viejo fue el siguiente en pagar. La cajera le agradeció su intervención, sobre todo por el mal rato que había pasando la señora mayor y le pidió que esperara un momento para que pudiera acabar el trámite del envío de la compra a domicilio, que había dejado en suspenso para no hacer esperar ni un segundo más al gallo viejo que ya se había batido en retirada. Fueron solo unos cuantos segundos, en los que el resto de la cola, bajo la atenta mirada del gallo viejo autoproclamado ganador de la riña, no movió ni una pestaña en señal de protesta por la espera añadida.

Poco después, fuera ya del supermercado, el supuesto ganador vio como el otro gallo viejo, el supuestamente derrotado, arrastraba su compra camino de su casa. Y creyó sentir cierto sentimiento de solidaridad hacia él, la que quizás es esperable entre gallos viejos que saben que solo están para riñas dialécticas, y cuidando que no se dispare la tensión arterial. Pero, al instante, siguió rechazando de plano la complicidad que el otro le había pedido en la cola de la caja, la misma complicidad, activa o pasiva, que le volvería a negar a aquel o a cualquier otro gallo, viejo o joven, si lo que estuviera en juego fuera el respeto a la dignidad de una hembra de la especie, joven o menos joven.

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