Crónicas de un hombre serio  /  Escritos con y para el corazón

Menú de fin de añodiciembre 2022

Un día del pasado otoño me escribió un mensaje de WhatsApp el aita de Pol, que no es otro que mi hijo Xabier, al que ahora le corresponde ser sujeto de un parentesco interpuesto a través del primer representante de la nueva generación de descendientes compartidos. Si no hubiera pensado que era una bienintencionada exageración, el contenido del mensaje me habría parecido un maravilloso regalo: mi nieto quería tener una videoconferencia con su aitona.


Pol siempre se ha caracterizado por hacerse entender desde que era un bebé de pocos meses, pero no me imaginaba que pudiera ser tan explícito cuando todavía le faltaban unos meses para completar su dos primeros años y, sobre todo, porque vivimos distanciados por los casi seiscientos kilómetros de carretera que separan Barcelona y Donostia. Es verdad que en su última visita pudimos disfrutar, los dos solos, de un par de ratos de paseo y juego, en los que quise creer que entre ambos había surgido una buena conexión. No obstante, mi pasión de abuelo no había llegado a obnubilar mi mente lo suficiente como para pensar que esos ratos habían podido dejar en él una huella ni de lejos parecida a la que guardo en la memoria como mis mejores momentos de este año que acaba. Sin embargo, era cierto que Pol quería ver a su aitona.

En efecto, conectados por videoconferencia pude comprobar que me reconocía y que, de forma inequívoca -al menos para el interesado entender de mis oídos- pronunciaba la palabra mágica que me ascendía al pedestal al que yo aspiraba desde que él nació: aitona. Y, para colmo de dicha, su aita me confirmó que era rigurosamente cierto que había citado mi denominación de origen mientras señalaba con insistencia el teléfono móvil. Nos miramos, nos hicimos gracietas y nos dimos besos con babas que emborronaban las imágenes: un chute de ilusión para esperar el momento de volver a estar juntos.

Y ha llegado ese día. Cuando publico estas líneas, superada a duras penas la Navidad y mientras enfilamos el final del año, estoy esperando que, de un momento a otro, reaparezca en mi vida. En el horizonte de los próximos días, la posibilidad de volver a compartir unas horas en las que actualizar nuestro afecto sin la ambigüedad que siempre conllevan las comunicaciones a distancia. Cualquiera que sepa lo que es ser amona o aitona entenderá que no se me ocurre mejor menú para despedir el año.

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