Historias / Microrrelatos
Meigasjunio 2021
Cuando acabé de subir los once escalones que llevaban hasta el desván sentí que un hormigueo recorría mi espalda. Instintivamente, la parte reptiliana de mi cerebro se puso en guardia. Mis sentidos se agudizaron. Pero allí sólo había un exiguo espacio abuhardillado bajo una cubierta a dos aguas, entre cuyas tejas se filtraba la luz de una tarde ventosa de finales de verano. La señora que enseñaba la casa dijo que aquel era un buen sitio para tender la ropa. Y, tras observarme, añadió, sonriendo, que no había por qué preocuparse, porque la meiga que andaba por allí “siempre fue buena gente”. Las vacaciones fueron cortas. “Fue un suicidio un poco raro”, dijo el forense después de hacerme la autopsia.