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Mamadou & Mamadouabril 2018

Leyre Macayo

Mamadou & Mamadou y Los Chicos de la Cruz Roja

Javier García Aranda

[…] En definitiva, me quedo con mis dos textos: Mamadou & Mamadou y Los chicos de la Cruz Roja, que esta historia ha hecho que se conviertan definitivamente en relatos. Si tiene un rato, léalos, por favor. Y, en un improvisado certamen, decida a cuál de ellos le otorga el primer premio y a cuál, el accésit. Están firmados con los seudónimos que elegí para enviarlos al dichoso certamen (el de verdad), que son, nada más y nada menos, que los nombres de mis hijas. Su veredicto -el de usted, lector/a, y el de ellas- es el que realmente me importa (El relato de los relatos).


La realidad supera casi siempre a la ficción. Sobre todo si es retrasmitida en vivo y en directo por la televisión. Prueba de ello es que, durante unos largos y tensos minutos, me resultó imposible apartar los ojos del televisor que emitía las imágenes de los acontecimientos que tuvieron lugar al día siguiente del fallecimiento de Mame Mbaye. De origen senegalés y residente de facto en España desde hacía 14 años, este ciudadano de Madrid de 35 años se ganaba la vida y la de su familia como vendedor ambulante. Según informó uno de sus compañeros, era además responsable de organización del sindicato de manteros de la capital del Reino.

El día de autos, en el madrileño barrio de Lavapiés tuvo lugar un episodio que ninguna película puede igualar. Los héroes del relato fueron, sin duda, la reportera y quien manejaba la cámara, que se movieron con atrevimiento y precisión por un escenario que por momentos, según terminología de Arturo Pérez-Reverte, se convirtió en Territorio Comanche. Pero, en mi interpretación de los hechos, los protagonistas del drama fueron Mamadou & Mamadou.

Al parecer -me perdí las primeras escenas-, el embajador de Senegal, un general llamado Mamadou, montado en un flamante coche diplomático, acudió al barrio madrileño en el que, al parecer, viven la mayoría de senegaleses y senegalesas. Y la cosa debió ponerse chunga de inmediato, porque el ínclito tuvo que refugiarse a toda prisa en un restaurante. En la puerta del establecimiento se congregó un numeroso grupo de senegaleses en evidente estado de cabreo. Unos cuantos, los que parecían más serenos y dialogantes, trataban de que el resto no entrara al interior del local. Eran ayudados en la tarea por los integrantes del séquito del embajador (uno de ellos, el que llevaba sombrero, podía haber sido el personaje siniestro de la película si no hubiera sido porque aquello era de verdad).

A los pocos minutos llegaron unos o unas policías (el uniforme de La guerra de las galaxias que llevaban no permitía intuirlo), que se posicionaron en la puerta con la clara intención de proteger al embajador Mamadou para que pudiera llegar sano y salvo a su coche y emprender una prudente retirada. Sin embargo, los más exaltados de los allí presentes no parecían dispuestos a facilitar la huida del general, que, según dijeron, estaba viendo por la televisión lo que pasaba fuera, a muy escasos metros.

Mientras la tensión en la puerta del restaurante iba in crescendo, la reportera iba entrevistando a senegaleses, que opinaban sobre lo que estaba ocurriendo. Uno de los entrevistados fue presentado como Mamadou. Era joven, alto y fuerte; llevaba una sudadera azul y una mochila. Hablaba como si fuera el líder del grupo. Su discurso no dejaba ningún resquicio de duda: el otro Mamadou, el embajador, había llegado demasiado tarde (la víspera, tras la muerte de Mame Mbaye, el conflicto había estallado en Lavapiés) y debía marcharse de allí inmediatamente.

La reportera le sugirió que alguna autoridad tendría que acudir para encauzar las protestas y poner fin a la situación de crispación que se vivía en el barrio. Ante este planteamiento, el Mamadou de la sudadera azul reclamó para el colectivo senegalés todo el protagonismo para resolver la situación y subrayó la imperiosa necesidad de que el embajador se fuera de inmediato, porque, si no lo hacía, lo matarían (sic); y añadió que también debía irse la policía. Hay que subrayar que las frases con las que se expresaba dejaban traslucir que había que interpretar lo que sus limitaciones con el idioma sugerían.

Al poco, apareció en escena un nutrido grupo de policías con la evidente intención de poner fin al asedio de Mamadou, el embajador. Se produjeron forcejeos entre policías y protagonistas del asedio, a quienes otros senegaleses trataban de apaciguar; entre ellos me pareció ver a Mamadou, el de la sudadera azul. Y, de repente, se armó el belén. Los policías se dejaron de contemplaciones y mostraron a las claras que aquello se tenía que acabar. Por su parte, los senegaleses iniciaron la batalla comenzando a lanzar sobre la policía mesas y sillas que estaban amontonadas junto a la puerta del restaurante. En aquella algarada, me pareció ver que, curiosamente, uno de los primeros en lanzar proyectiles fue el omnipresente Mamadou de la sudadera azul. Como si quisiera dejar claro que su pretendido liderazgo al frente del grupo era tanto en la paz como en la guerra.

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