Historias / Sucedidos
La niña que quería un aitonaabril 2022
Dedicado a Maddi, Maite y Josemi.
Josemi vio por primera vez a Maddi en unos de sus paseos cotidianos, mientras callejeaba por la Parte Vieja donostiarra. Tanto le llamó la atención la singular belleza de aquella criatura poco mayor que un bebé que, en un primer momento, no reparó en la persona que iba con ella. Cuando se fijó, se dio cuenta de que quien la llevaba de la mano, y que, con toda probabilidad, era la amona de la niña, no era otra que Maite, su vecina de un tiempo ya lejano en que ambos eran jovencitos. Ella había estado fuera de Donostia durante un periodo prolongado de tiempo, pero nunca se habían perdido de vista, aunque su relación se limitaba a saludarse cuando se cruzaban por la calle.
Y siguieron saludándose a distancia hasta que, varios años después, un semáforo que tardaba en pasar del rojo al verde les retuviera a poca distancia el uno de la otra durante unos segundos. El tiempo suficiente para que, casi obligados por la situación, iniciaran una breve conversación. A los días, un segundo encuentro, también fortuito, les dio la oportunidad de seguir hablando. Luego, hubo un tercero, y así hasta que finalmente decidieron no dejarlo en manos de la casualidad y concertaron una cita. Después vinieron otras muchas, hasta convertirse en una pareja dispuesta a compartir un romance lleno de ilusión. Una vez que las vidas de ambos se entrelazaron, fue cuestión de poco tiempo que Josemi, convertido en el novio de su amona Maite, pasara a formar parte del entorno de Maddi.
En los años transcurridos desde su primer encuentro, Maddi se había convertido en una simpática y extrovertida niña de ocho años, que pronto hizo buenas migas con Josemi. Desde hacía algún tiempo, la niña venía lamentándose reiteradamente por no haber conocido a ninguno de sus dos abuelos: no tener aitona era algo que la hacía sentirse diferente al resto de los niños y niñas que conocía. Y, tras la inesperada irrupción de Josemi en su vida, vio la oportunidad de dar una solución a su problema. Planteó a su ama y a su aita lo siguiente: dado que Josemi se había convertido en la pareja de la amona Maite, ¿aceptaría convertirse también en su aitona? La respuesta fue que eso solo podría saberlo preguntándoselo directamente al propio Josemi, aunque debía tener en cuenta que él ya tenía cuatro nietos y nietas.
Maddi decidió abordar la resolución del problema en la siguiente reunión familiar. Pero, llegado el momento, sintió un poco de vergüenza, quizás mezclada con cierta dosis de duda ante el temor de no recibir la respuesta que ella deseaba. Incluso cuando su aita, para animarla, le recordó que tenía algo que preguntar a Josemi, se mostró remolona e intentó que fuera él o su ama quien hiciera la pregunta. Finalmente, con cierta inquietud, acabo recurriendo a su desparpajo y se dirigió a Josemi para espetarle: “Te voy a pedir que seas mi aitona”. A lo que el candidato a aitona, con tanta emoción como orgullo, respondió con un rotundo: “Estaré encantado de serlo”.
Desde entonces, Josemi y Maddi, su quinta nieta, comparten a menudo buenos ratos. Una de sus diversiones favoritas, a la que suele sumarse su amona Maite, es jugar al juego de la oca. Entre los tres ha surgido esa mezcla alquímica de amistad y amor que hace que la vida merezca la pena de ser vivida. Recientemente Josemi ha empezado a enseñar a su nueva nieta cómo jugar al ajedrez. Está claro que ha asumido plenamente su papel de aitona adoptivo. Y Maddi, feliz: ya tiene el aitona que tanto anhelaba.