No hay nada como enfrentarse a una página en blanco y ponerse a escribir para saber si sobre un asunto que nos ronda por la cabeza tenemos ideas claras y podemos decir algo consistente. Quien lo haya intentado sabe el tiempo y el esfuerzo que cuesta, y conoce también la satisfacción que produce conseguirlo.

jga - junio 2020

Últimos textos publicados en  'Negro sobre blanco'

Ser o no ser estoico/amarzo 2024

Primero fue en la iniciación a la lógica y la filosofía que se estudiaba en el bachillerato; después, en algunos libros divulgativos de historia de la filosofía que iba leyendo; más tarde, en la vuelta a la universidad, en libros de texto sobre filosofía o historia de las ideas políticas. Siempre me he sentido especialmente interesado por la figura de Sócrates y, entre sus seguidores, por personajes como Séneca o Marco Aurelio, dos reconocidos estoicos. Son una secuela mejorada de los cínicos, escuela fundada por discípulos directos del maestro ateniense y cuyo pensamiento no tiene nada que ver con lo que hoy se entiende por ser una persona cínica. Por cierto, escribir sobre este asunto en masculino genérico no suena demasiado bien, pero la historia escrita de la filosofía es absolutamente misógina.


Se dice de Sócrates que, además de ser bueno de espíritu e inteligente, era tan irónico y tolerante con las personas como inflexible en sus propias convicciones. Son características que le han llevado a aparecer en los tratados de historia del pensamiento junto a celebridades de otras culturas y tradiciones, como Jesús de Nazaret, Ghandi o Buda. Tras Sócrates (siglo V a. C.), pasando por los cínicos (caracterizados por ser libres y autosuficientes por encima de cualquier atadura mundana), en el siglo III a. C. llegan a escena los estoicos y, al mismo tiempo, también los epicúreos. Dos corrientes de pensamiento antitéticas que, sin embargo, están históricamente vinculadas, hasta tal punto que se considera que la mayoría de las personas tenemos rasgos que nos sitúan bien en el entorno de una o bien en el de la otra. Por tanto, lo que se trata es de dilucidar qué caracteriza el ser o no ser estoico y, por defecto, quien está ubicado más bien entre los epicúreos.

Al respecto, lo primero que hay que constatar es que, así como los epicúreos han mantenido prácticamente intactas sus señas de identidad a lo largo de la historia (en particular la preferencia por el placer y tal), los estoicos han ido matizando sus posturas. Para centrar la cuestión, en uno de sus entretenidos libros sobre la materia, Luciano de Crescenzo (1928-2019) señala que los estoicos comparan la filosofía con un huerto: el muro que la circunda es la lógica; los árboles, la física; y los frutos, la ética. Está claro que la lógica es la lógica, y que la tautología sirve para todas las formas racionales de pensar. En lo que respecta a la física, son materialistas en el sentido más elemental: todo es materia, por lo que no parece relevante para resolver el dilema que nos ocupa. El quid de la cuestión hay que buscarlo, por tanto, en la ética estoica.

Los estoicos de primera generación hacen suyas las señas de identidad de los cínicos: ni el placer ni el dolor deben perturbar el equilibrio de una persona sabia, para quien lo único importante debe ser la virtud. La razón para ello es que el espíritu solo entiende de bien y de mal; además, el estoico no es virtuoso para hacer el bien, sino que hace el bien para ser virtuoso. Y entre el bien y el mal está lo indiferente, ante lo que el estoico debe mantener la más absoluta impasibilidad: la riqueza o la pobreza, la salud o la enfermedad, la fama o el anonimato… la vida o la muerte. Es por esto último que adoptan el suicidio como alternativa definitiva, cuando la decrepitud u otras circunstancias consideradas determinantes llevan a la persona sabia a considerar razonable poner fin a su vida. Una alternativa por la que no debe optarse nunca cuando se haya perdido el oremus, sino siempre de forma serena y desde el ejercicio responsable de la libertad moral. Es una opción que, llegado el momento, maestros del estoicismo han llevado a cabo dejándose morir de inanición.

Sin menoscabo de esa posición de entereza ante las vicisitudes de la vida y, por tanto, sin renunciar a la pertinencia de una muerte a tiempo, el estoicismo evoluciona hasta considerar que seguir con vida es un objetivo ético irreprochable, y que, además, la práctica de la virtud es condición necesaria, pero no suficiente, para llevar una vida buena, para lo que hace falta tener salud y, también, algún dinerillo. Esta evolución conlleva la compatibilidad de los ideales estoicos más tradicionales con cierta dosis de alegría vital. En cualquier caso, los más conocidos estoicos “clásicos” de última generación también han dejado muestra de seguir fieles a sus tradiciones: Séneca, cuyo suicidio es considerado especialmente elegante (y quizás una de las causas para ser considerado un estoico de pro); Epícteto, que sostenía que cada persona debe representar de la mejor manera posible el papel que le ha tocado en el teatro de la vida (por cierto, a él no le toco uno demasiado bueno); y Marco Aurelio, estoico vocacional desde su más tierna preadolescencia, que cuando contrajo la peste se cubrió la cabeza con una sábana y espero tranquilamente la muerte.

Si se recopila lo que han filosofado los estoicos a lo largo de la historia y se actualiza al momento actual, la conclusión es que puede considerase que una persona es estoica cuando piensa que tiene en la vida una misión moral que debe cumplir, aunque ello implique sufrimiento, y que, por tanto, para dar sentido a su vida, necesita un proyecto que, por lo general, no suele estar al alcance de una persona normal. En todo caso, una persona con pensamiento estoico actualizado está a favor de que cualquier persona debe tener los medios económicos suficientes para poder llevar una vida digna. Y también está a favor de que, llegado el momento, cualquier persona debe tener el derecho a optar racionalmente por el suicidio, con la premisa de que ninguna persona estoica abandonará por propia voluntad la vida de forma súbita e irreflexiva, sino tras meditarlo profunda y serenamente. A lo anterior, la persona estoica añadirá un deseo permanente de cultivar el conocimiento y un respeto radical hacia un derecho natural que garantice una ciudadanía universal (por cierto, algo nada lejano de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la ONU en 1940, siglos después del nacimiento del pensamiento estoico).

En cualquier caso, hay quien opina que ser estoico/a está reservado a personas que consideran que la mayoría de la gente ni puede ni quiere aprender a vivir con los ideales y los objetivos que propugna el estoicismo. Y, quizás por ello, también hay quien considera que propugnar esa especie de aristocracia del espíritu que conlleva el estoicismo no sirve para un tiempo de principios democráticos (sic). Aunque, al respecto, también hay quien piensa que solo es posible una democracia auténtica -y más igualitaria que la de la Atenas de Sócrates- si, además de estar construida sobre la virtud, entendida en su acepción más “clásica”, tiene los mecanismos adecuados para elegir a las y los mejores para regir los destinos de una sociedad humana tan global y tan compleja como la actual.

Post scriptum: Si las anteriores informaciones y reflexiones sirven para que quien las lea identifique si es o no una persona estoica o, en su caso, se plantee serlo, estará bien empleado el tiempo dedicado a escribirlas. Al menos a mí me ha servido para tenerlo todavía más claro.

Leer texto completo

Utilizamos cookies propias para adaptar el sitio web a sus hábitos de navegación. Si quiere conocer más información sobre el uso de cookies, visite nuestra Política de cookies.

Acepto la política de cookies