Negro sobre blanco  /  Escritos de un sindicalista

El "ser" y el "cómo ser" del euskera2014

“(En los años 80) el reto inmediato era el euskara. Había comenzado a estudiarlo en cuanto dejé la universidad y aprenderlo era una consecuencia lógica de mi forma de entender la pertenencia a la sociedad vasca. Además, para mis expectativas laborales consideraba necesario obtener el EGA... (En los años 90) resolví la asignatura pendiente que tenía con el euskara superando el examen de EGA y logrando el perfil que tenía asignado como funcionario.” (Breve historia de la vida pública de jga).


El euskara era y sigue siendo en Euskadi un asunto con cierto halo de “tabú”. A juicio de una parte significativa de la ciudadanía vasca, cualquier crítica hacia las políticas sobre el euskara -excepto que sea para reivindicar un mayor apoyo hacia nuestra lengua autóctona- corre el riesgo de hacer traspasar al autor de la crítica la sutil línea que separa el ser abertzale (término que en Euskadi ha tenido tradicionalmente un sentido más sociológico que político) de ser proclive a caer en las redes del españolismo. El motivo es que hay personas que consideran que, si se ponen en cuestión ciertas políticas sobre el euskara, se está cuestionando también uno de los principios considerados intocables en que se fundamenta un cierto concepto de la nación vasca, en el que se asimila su viabilidad futura con el grado de implantación social del euskera.

Para librase de ser reo de esta deriva revisionista no suele bastar con ser euskaldún, ni con proclamar el respeto y el cariño que se tenga al euskara o el esfuerzo y la dedicación que se haya hecho para aprenderlo. Es necesario, además, no quebrantar, al menos públicamente, la norma no escrita de que toda crítica hacia cualquier política para promover el euskara es susceptible de ser considerada un posicionamiento en contra del euskara. Y, por supuesto, no pretender que el castellano, ignorando la contradictio in terminis, también sea considerado lengua de los actuales vascos, ni que su aprendizaje y conocimiento sea valorado como un bien social relevante.

Aprendí de boca de José Luís Álvarez Enparantza “Txillardegi-¡en un mitin político de 1977!- las diferencias sustanciales entre una lengua minoritaria, una situación de disglosia lingüística y el conflicto lingüístico en que se hallaba sumergido el euskara después de 40 años de marginación, represión y persecución. Pero entonces me parecía -y ahora también- que todo tiene sus matices.

En efecto, hay Derechos Humanos individuales (como, por ejemplo, el tener un trabajo digno o acceder a una educación de calidad) que, en determinados momentos y circunstancias, pueden entrar en colisión con el Derecho Humano colectivo a la promoción de la lengua nacional (en este caso el euskara); y hay argumentos de eficacia y de valoración del mérito profesional que, sobre todo en la función pública, pueden ser contradictorios con primar el mayor grado de conocimiento del euskara. Y a la hora de resolver esos conflictos hay que ser muy racional, muy sensato, muy respetuoso… y ¡nada talibán! El “ser” de Euskadi y del euskara es importante, pero no menos importante es el “cómo ser”.

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