Negro sobre blanco  /  Escritos de un sindicalista

La estela del 8 de Marzo y el Mayo del 68mayo 2018

La celebración del Día Internacional de las Mujeres del 8 de Marzo de 2018 quedará grabada con letras violetas en la historia del movimiento feminista. Un éxito que tiene muchos precedentes que jalonan la larga lucha de las mujeres por la igualdad, pero que este año ha tenido una presencia en las calles y una relevancia mediática sin parangón. Pero, como siempre ocurre tras las grandes jornadas de movilización, es al día siguiente cuando, de nuevo, comienza la pelea por plasmar en logros reales lo que hasta el día anterior se recogía en manifiestos, pancartas y eslóganes. ¿Cómo se concretan esos logros? ¿Qué entidades o instituciones son las encargadas de llevarlo a cabo?

Este mes se celebra el 50 aniversario de Mayo de 1968. Las movilizaciones llevadas a cabo en Francia han pasado a los anales de la historia del país galo y, junto a otros acontecimientos -que no por casualidad coincidieron en el tiempo-, permanecen en la memoria colectiva del conjunto de los países occidentales. También entonces hubo un día después y una concreción de los desiderátums y utopías que habían invadido las calles. ¿Se pueden tomar referencias de aquel hito histórico para seguir la estela del 8 de Marzo?


En una entrevista publicada en La Vanguardia (26-2-2018), se preguntaba a Manuel Castells, profesor de la Universidad de Berkeley (California), si plantear reivindicaciones de gran calado y defenderlas a través de las movilizaciones es la única forma de conseguir cambios reales en la sociedad, aunque sólo se logre una parte de lo reivindicado. Para ilustrar cómo se producen las reformas y la incidencia que sobre ellas tienen los movimientos y las movilizaciones sociales, el profesor Castells expone una experiencia vivida en Mayo de 1968.

Según cuenta, en una asamblea que celebraban l@s revolucionari@s que habían tomado las calles de París se debatía la conveniencia de adoptar una postura radical ante el statu quo francés de la época (en concreto, promover el boicot a las elecciones). En el fragor de la batalla dialéctica, el sociólogo Alain Touraine -que no formaba parte del movimiento, aunque simpatizaba abiertamente con él- intervino para tratar de que no se llevara a cabo el boicot. El líder radical Daniel Cohn-Bendit -conocido como Daniel el Rojo- le respondió que “para que usted pueda ser un reformista con éxito, nosotros tenemos que ser revolucionarios fallidos”.

La idea de que algún@s deben mover el árbol para que otr@s recojan los frutos se ha utilizado en otras ocasiones (en su momento corrieron ríos de tinta sobre una supuesta interpretación de esta estrategia atribuida al peneuvista Xabier Arzallus). No hay evidencias de que los grupos feministas que pusieron en marcha las movilizaciones del 8 de marzo tuvieran la intención de suscribir los planteamientos de Cohn-Bendit. Sin embargo, es más que probable que no sean esos grupos los que puedan cosechar directamente los frutos concretos del desiderátum genérico de igualdad proclamado el 8 de Marzo (al que ahora todo quisqui parece querer apuntarse).

En buena lógica, serán partidos parlamentarios los que deberán concretar las medidas para hacer realidad algunas de las reivindicaciones, tales como la obligatoriedad de las listas electorales cremallera (candidaturas en las que se alternan mujeres y hombres) o la equiparación temporal de los permisos de maternidad y paternidad; aunque algo más peliagudo es aventurar que desde alguna institución se vaya a poder “obligar” a la paridad en los consejos de administración de las empresas.

Sin minusvalorar la importancia que tienen las mencionadas conquistas, si sólo se consiguiera recolectar esos frutos, sería un balance escaso después de haber sacudido el árbol de forma tan relevante en la huelga del 8 de Marzo. Al respecto, es sabido que se necesitará una sinergia que recorra todos los ámbitos de la sociedad durante muchos años para cambiar mentalidades, actitudes y formas de actuar en aras a conseguir avances sustanciales en la igualdad de género. Pero, en mi opinión, una parte relevante de los logros de igualdad en el corto y medio plazo pasa por la mejora de las oportunidades de empleo de calidad para las mujeres.

Buena parte de ese empleo debe surgir de la profundización en el Estado de Bienestar, ya que es cada vez mayor la presencia de mujeres en la educación, la sanidad y los servicios sociales, así como en la administración pública. Pero, tanto en esos empleos como, sobre todo, en los casos de muchas mujeres que trabajan en la parte más precarizada y proletarizada del sector servicios (sin olvidar el marginado trabajo doméstico), una parte de la igualdad real pasa por la mejora radical de las condiciones de trabajo que se negocien en los convenios colectivos, un mecanismo histórico al que la clase trabajadora no puede renunciar.

Y para alcanzar por esa vía una parte sustancial de los logros concretos a los que debe aspirar, al movimiento feminista no le queda más remedio, en principio, que contar con unos aliados necesarios: los sindicatos. Lo malo es que -salvo centrales sindicales de ámbito vasco y navarro y alguna que otra honrosa excepción- la historia de las últimas décadas ha puesto de relieve que son entidades poco fiables. En particular, clama al cielo la debilidad y la tendencia a acomodarse de UGT y CCOO, perpetuos esclavos de su debilidad estructural, sus deudas y su dependencia económica del Estado.

Además, para que la cosecha no quede en un lavado de cara sino que se produzca una auténtica revolución en pro de la igualdad y la justicia social, van a hacer falta más movilizaciones y, sobre todo, muchos más días de huelga que los que habitualmente suelen patrocinar UGT y CCOO. Y, por supuesto, tampoco hay que olvidar el problema que para soportar huelgas de cierta duración tienen las exiguas economías de los hombres y las mujeres que son explotad@s en sectores que ya se han convertido en marginales (especialmente sangrante es el caso de mujeres que están al frente de familias monoparentales).

Un detalle no menor: para llevar adelante una lucha sindical con probabilidades de éxito en el seno de esa clase trabajadora que algún@s pretenden convencernos de que ya no existe, no hay que ser muy sagaz para darse cuenta de la importancia estratégica que tiene disponer de caja de resistencia (que yo sepa, en el Estado español sólo ELA dispone de una que merezca tal nombre, y ¡hay que ver lo que les molesta a empresari@s, a empleador@s, a algun@s polític@s y hasta a otros sindicatos!). Pero la debilidad estructural del movimiento sindical español en esa materia no es nueva, sino que se remonta a desafortunadas decisiones tomadas en los años de la transición (los detalles se analizan en Afiliación y desafiliación sindical).

En cualquier caso, si las organizaciones sindicales no se ponen las pilas, serán las propias mujeres -como ya lo están siendo- las encargadas de ponérselas. Puede sonar un poco machirulo, pero sería bueno que hubiera entre ellas alguna Cohn-Bendit que recordara a algunos sindicatos que las feministas están dispuestas a ser revolucionarias fallidas con la condición de que ellos logren ser reformistas con éxito. Porque si no es así, tendrán que ser las propias feministas las que asuman el protagonismo para hacer que las cosas cambien y las mujeres logren condiciones de trabajo que les permitan vivir dignamente en igualdad. Me temo que van a tener que ponerse a ello. Al respecto, un consejo nada machirulo: no dejen que las pijas con mucho dinero camufladas de seudofeministas participen en el asunto. ¡Son quintacolumnistas!

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