Negro sobre blanco  /  Escritos de un sindicalista

Un tiro en la rodillaoctubre 2021

En estas fechas se celebra el 40 aniversario del estreno de la película “La fuga de Segovia”. Fue en 1981, en el Festival de Cine de San Sebastián, pocos meses después del golpe de Estado del 23F. La celebración incluye la proyección de la película en Tabakalera, Centro Internacional de Cultura Contemporánea (sic) ubicado al inicio del camino de Mundaiz. Una antigua fábrica de cigarros por delante de la cual pasaba varias veces cada día en los años en que cursaba el bachillerato en el colegio del Sagrado Corazón. El mismo al que iba Ánjel Amigo, uno de los productores de la película, al que conozco de vista desde entonces; era de un curso anterior al mío, y los más mayores no suelen fijarse demasiado en los más pequeños. Le he escuchado hablar en la radio sobre la efeméride. Sus palabras parecían querer trasmitir sobre el tiempo en que se rodó la película una realidad diferente a la que guardo en mi memoria. Cuarenta años son mucho tiempo. Pero hay cosas que a uno se le quedan grabadas para siempre.


“La fuga de Segovia es como se conoce a la huida de la cárcel de Segovia el 5 de abril de 1976 de 29 presos (24 militantes de ETA y cinco catalanes del FRAP, FAC, MIL y PCE) por el colector de aguas fecales después de haber cavado un túnel durante seis meses, y que acabó con el arresto de 24 de los fugados, la muerte en un encuentro con la Guardia Civil en Burguete (Navarra) de Oriol Solé Sugranyes y la huida a Francia de cuatro de ellos” (Wikipedia). Para ubicar la fuga en el tiempo, hay que tener en cuenta que Franco había muerto en noviembre de 1975, apenas un mes después de haber sometido a consejo de guerra, condenado y fusilado a tres miembros del FRAP (José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz) y a dos de ETA político-militar (Juan Paredes Manot Txiki y Ángel Otaegui). 

Hay quien dice que en 1976 ya había comenzado la transición; incluso hay quien sostiene que el periodo que llevaría a la implantación de un régimen democrático en el Estado español había empezado en 1973, cuando ETA llevó a cabo el atentado contra Carrero Blanco, presidente del Gobierno y persona de confianza del dictador (en el atentado también murieron otras dos personas: el escolta José Antonio Bueno Fernández y el conductor del vehículo José Luis Pérez Mogena). Lo que no cabe duda es que el 1981, cuando se estrena la película, la transición, que se había intentado abortar el 23F, estaba ya en pleno apogeo. 

Prueba de ello es que, como recordaba Amigo en su intervención radiofónica, la película contó con el apoyo de Rosón, ministro del Interior del gobierno presidido por Adolfo Suárez. Al parecer, su apoyo pretendía ser una garantía de que los miembros de ETA político-militar (facción de ETA con la que había iniciado negociaciones) que abandonaran la lucha armada tendrían libertad para elaborar y hacer público su propio relato sobre lo acontecido aquellos años. En un pasaje de su alocución, Amigo presenta el rodaje de la película como un hito de colaboración, casi idílica, entre miembros más o menos declarados de ETA político-militar y agentes de la Guardia Civil. Una especie de adelanto precursor de una paz y una reconciliación que desgraciadamente tardarían todavía décadas en llegar y que, en el mejor de los casos, culminarán cuando hayamos desaparecido quienes pertenecemos a las generaciones que durante muchos años sufrimos la violencia de unos y otros. 

“En 1981, tras el intento de golpe de estado del 23-F, ETA-pm declaró una tregua que duró cerca de un año. Al finalizar la tregua a comienzos de 1982, la organización celebró una asamblea, […] en la que vencieron los partidarios de proseguir la lucha armada. Sin embargo, […] el sector minoritario pero muy significativo de la organización decidió abandonarla y sus miembros renunciaron ese mismo año a la lucha armada. […] Este hecho se suele conmemorar como la disolución de ETA-pm, aunque en realidad fue una escisión minoritaria de la organización la que se autodisolvió el 30 de septiembre de 1982” (Wikipedia). Durante el periodo de tiempo que va desde 1976, año en que se llevó a cabo la fuga real, hasta 1981, año en que se estrena “La fuga de Segovia” y ETA político-militar declara la tregua previa a su disolución, la organización continuó actuando. Supuestamente pretendía apoyar tanto al pueblo (trabajador) vasco en su derecho a decidir su futuro político como a la clase obrera (vasca) en su lucha por mejorar sus condiciones de trabajo y de vida en general. Una de aquellas acciones consistía en pegar un tiro en la rodilla a los empresarios que no accedieran a las reivindicaciones de sus trabajadores. 

Todavía recuerdo la cara de Mikel Ugalde, un compañero del sindicato ELA, organización sindical de la que ambos éramos liberados en aquellos años, cuando me contaba que se había suspendido la sesión de negociación de un convenio colectivo porque a un empresario le habían disparado en una pierna. Y también recuerdo la sensación de frustración que sentí en aquel momento al pensar que estaba dedicando algunos de los mejores años de mi vida a una lucha sindical que algunos listillos pretendían resolver disparando a los empresarios díscolos que se les ponían a tiro. 

No sé si los del tiro en la rodilla pertenecían todavía a ETA político-militar cuando se disolvió o eran de los que continuaron su guerra. Pero me acordé de ellos cuando Ánjel Amigo anunció que a los actos de celebración del 40 aniversario del estreno de “La fuga de Segovia” seguro que iban a asistir algunos antiguos poli-milis. Las restricciones de aforo que todavía siguen vigentes no lo van a hacer posible, pero había pensado asistir a alguna de las charlas o ir a ver de nuevo la película. Y de paso observar a los de mi alrededor para tratar de adivinar si alguno de ellos era uno de los que pretendían salvar a la clase obrera (vasca) a base de tiros en la rodilla. Han pasado más de cuarenta años, pero todavía me siguen quedando ganas de decirles algunas palabritas.

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