Negro sobre blanco  /  Las tesis del aitona

Carne de catecismojulio 2021

Probablemente porque el individualismo más radical lleva décadas causando furor, se ha consolidado la opinión de que, con el paso del tiempo, la sociedad se ha ido haciendo más y más competitiva. Sin embargo, en los lejanos tiempos de mediados del siglo XX se organizaban competiciones que ahora nos parecerían inverosímiles. Sobre todo porque alguna de ellas pertenecía al ámbito espiritual, que no parece el más propicio para clasificar a las personas según sus habilidades.


Confieso que cuando era un niño de apenas 7 u 8 años tomé parte en una especie de campeonato de catecismo que algunos clérigos de fervor calenturiento organizaron en la diócesis de Gipuzkoa. Supongo que lo hice a instancias de quienes en la parroquia de mi barrio trataban de hacer de mí un buen católico, propósito en el que, dicho sea de paso, fracasaron rotundamente. Para los legos en la materia, conviene aclarar que el catecismo era un librito en el que se condensaba la doctrina católica en un sinfín de preguntas y sus correspondientes respuestas, que las criaturas de la época debíamos aprendernos de memoria. 

En el año en que me tocó participar quedé subcampeón o, dicho de otra forma, gané el 2º premio. Fue después de librar una reñida disputa con otros dos niños que también llegaron a la finalísima (ignoro si las niñas tenían su propia competición; en aquellos tiempos, se seguía a rajatabla que “entre santa y santo, pared de cal y canto”, incluso si se trataba de inocentes criaturas). El escenario de la prueba final acojonaba. Los tres niños debimos entrar, uno por uno, en un despacho siniestro, en el que había varios curas circunspectos vestidos con sotana (lo de los curas rojos vestidos de paisano todavía tardaría en llegar) que iban haciendo las preguntas, a las que había que responder exactamente lo que decía el librito, sin cambiar ni una coma. Quizás haya alguien que entienda ahora la famosa frase apréndete esto como si fuera el catecismo.  

Una de las preguntas más inquietantes que recogía el dichoso catecismo era ¿cuáles son los enemigos del alma?, a la que había que responder: los enemigos del alma son tres: el mundo, el demonio y la carne. Para un niño de la época lo del demonio estaba claro, porque nos hablaban de él a todas horas; era el gran enemigo de un dios que, pese a ser todopoderoso, tenía que aguantar que anduviera por allí, tentando a sus criaturas y fastidiando su plan. Lo del mundo era bastante más confuso, aunque uno podía hacerse una idea de por dónde iban los tiros a nada que estuviera atento a lo que se decía en los partes (terminología bélica con la se denominaba popularmente a los espacios radiofónicos en que las autoridades de la dictadura distribuían las únicas noticias que podían escucharse en cualquier emisora no clandestina); en esos partes quedaba meridianamente claro que el mundo era todo lo que quedaba fuera de las fronteras de España y que, por supuesto, era un enemigo malísimo para cualquiera que tuviera alma. 

Del tercer enemigo en aquel tiempo conocía poco más que la versión carne de cocido, que es la que en los menús caseros venía después de la sopa con garbanzos. Entonces, cuando no sabía que acabaría siendo casi vegetariano, me gustaba lo suficiente como para no verle el lado pecaminoso. Aunque algo debía haber cuando no se podía comer los viernes de Cuaresma. Tardé unos cuantos años en descubrir el misterio de la carne de la que hablaba el catecismo, y unos pocos más en convencerme de que, dijeran lo que dijeran el dichoso librito y sus predicadores, no solo no era enemiga del alma, sino que era una de las mejores cosas para el cuerpo. 

Lo dicho hasta aquí debe entenderse sin perjuicio del debate sobre la otra carne, la que en estas fechas trae a maltraer al gobierno de España, especialmente si es de vacuno. Sobre la materia, sería interesante que, en este caso sin dogmas (ni ecológicos ni de los del otro bando) y a poder ser con criterios estrictamente científicos, se redactara un nuevo catecismo en el que se aclarasen las bondades y perjuicios de la carne, tanto para la salud como para la economía. En el librito sería necesario aclarar que esa carne no es, en principio, enemiga del alma, pero que seguramente es, a la larga, uno de los enemigos del mundo. Un mundo que, a estas alturas de la historia, ya no puede limitarse a lo que queda más allá de las fronteras de la aldea hispana. En lo que respecta al demonio, esta vez va a tener que pensar en hacerse vegetariano o, directamente, vegano, porque con la otra carne, la del catecismo de antes, ya no tiene apenas nada nuevo que rascar.

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