Negro sobre blanco  /  Las tesis del aitona

Colgando curasabril 2019

El papa Francisco parece un buen tipo. Como es lógico, sus ideas están limitadas por el dogma católico. Pero no le hace ascos a salirse del guion de los dos mil años de historia de la organización que dirige (buena parte de ellos vividos a la sombra de los poderes más abyectos). Es lo que se desprende de algunas respuestas dadas a Jordi Évole en la jugosa entrevista recientemente emitida por La Sexta. En ella, el papa insistió varias veces en un elemento clave de su estrategia para limpiar la Iglesia: poner el acento en realizar cambios estructurales que den resultados en un plazo inevitablemente largo y no emplear excesiva energía en actuaciones concretas destinadas a contentar a la galería. 

Al respecto, fue llamativo el ejemplo que puso al ser interpelado sobre los casos de pederastia que vienen poniendo en evidencia la podredumbre que recorre la jerarquía eclesiástica. Francisco llamó la atención sobre la notable disminución del número de abusos y violaciones cometidos por clérigos desde que empezó a salir a la luz el encubrimiento sistemático de estos delitos que se venía produciendo en el seno de la Iglesia (en concreto, mencionó el caso de Boston, investigación periodística magistralmente contada en la inquietante película Spotlight / En primera plana). El papa contrapuso el buen resultado de esta estrategia de transparencia a otras acciones puntuales que hubieran podido tener mejor acogida popular y mayor interés mediático, como probablemente habría ocurrido “si hubiera ahorcado a cien curas (abusadores) en la plaza de San Pedro” (sic). 

Es evidente que colgar curas nunca ha sido hipótesis de trabajo para poner remedio al problema de la pederastia. No obstante, el papa no hizo ascos a la pertinencia de emplear cierta contundencia evangélica cuando, en otro momento de la entrevista, Jordi Évole le recordó que Jesús de Nazaret expulsó manu militari a los vendedores del templo. Al respecto, viene al caso recordar la no menos evangélica prédica del Nazareno cuando dice que, antes de escandalizar a estos pequeños (léase niños y niñas), el causante del escándalo haría bien en atarse o que le ataran una piedra de molino al cuello y se arrojara o fuera arrojado al mar (sobre la pertinencia de entender el término escandalizar como abusar sexualmente, me remito a lo argumentado en Abusos sexuales). 

Por muchos y graves que sean sus delitos de pederastia, no es civilizado -ni probablemente muy evangélico- andar colgando curas (o suicidándolos mediante el peregrino recurso de la piedra de molino). Pero no estaría de más que la Iglesia aplicara a los presuntos culpables una mínima dosis de la contundencia que los tribunales eclesiásticos han aplicado durante siglos a supuestos pecadores (sic) de diversa índole.

Para ello no haría falta que los anduvieran colgando en mitad del Vaticano: bastaría con que les conminaran a confesar sus crímenes ante los tribunales civiles y a cumplir las penas que, en su caso, les fueran impuestas. Y, como en la propia entrevista reclamó el papa Francisco para cualquier persona que tras ser juzgada haya cumplido su condena, sólo después de este proceso civil y una vez saldada la deuda con la ley y con sus víctimas, sería legítimo que la Iglesia reconociera a los pederastas el derecho a ejercer plenamente su libertad y sus derechos como ciudadanos y/o como clérigos. Salvo, claro está, que alguna autoridad -civil o eclesiástica- considerara que hay peligro de reincidencia.

Y, entonces -sólo entonces-, sería pertinente el demasiado frecuente y, en teoría, preventivo recurso eclesiástico de conminar a los escandalizadores a permanecer aislados de otras posibles víctimas, en el monasterio más remoto que para ellos encuentren. Por los siglos de los siglos.

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