Negro sobre blanco  /  Las tesis del aitona

Cómo dominar el tiempooctubre 2022

L'Art du temps: le secret des hautes performances (El arte del tiempo: el secreto del alto rendimiento) es el título original del libro escrito por Jean-Louis Servan-Schreiber en 1983. La edición en castellano que llegó a mis manos era de 1987 y llevaba por título Cómo dominar el tiempo. Recientemente, mientras ordenaba libros, no pude resistir la tentación de releer los subrayados que hice hace más de tres décadas.


La obra comienza con un aviso a navegantes: “El buen uso del tiempo, como las demás cosas importantes de la vida, no se enseña en la escuela”; por tanto, para aprender a sacar buen provecho del tiempo no queda otra que ser autodidacta. Para ese aprendizaje el libro ofrece algunas reflexiones y directrices interesantes. Por ejemplo, algo que solo se descubre con la edad: “lo más penoso del envejecimiento es que por dentro uno sigue siendo joven”. Esto lleva a definir el tiempo como la forma en que se mide cualquier tipo de transformación, incluidas, por supuesto, las asociadas al devenir de cada día.

El tiempo es un recurso valioso, sobre todo, porque no es renovable, lo que significa que en aprovecharlo nos va la vida. Por eso es tan importante elegir bien la forma en que nos movemos por la red de “hábitos sociales”; si nos dejamos atrapar en esa malla olvidándonos de controlar el tiempo, llevaremos una permanente sobrecarga de estrés, que dará al traste con la posibilidad de conservar la sensación de que somos nosotros quienes tomamos las decisiones sobre el sentido que queremos dar a nuestra vida.

Uno de los problemas del ritmo que impone la vida -tanto en la modernidad de los años 80 como en la posmodernidad de la segunda década del siglo XXI- es que nos lleva a dedicarnos en cuerpo y alma a la acción y, en consecuencia, a no dedicar tiempo suficiente a la reflexión. Quien forme parte de una organización (profesional o de cualquier otro tipo) habrá podido comprobar que ese déficit de reflexión trata de paliarse, a menudo, recurriendo a asesorías o consultorías externas; se pretende que, desde fuera, se ocupen de encontrar soluciones a problemas que quienes están dentro de la organización conocen mucho mejor, pero que no disponen de tiempo para pensar en profundidad sobre ellos.

Cuando, en cualquier momento de la vida adulta, se hace balance del tiempo vivido, no es difícil concluir que el que realmente ha merecido la pena “es el tiempo de la afectividad, la creatividad, el goce, el conocimiento y la reflexión”, lo que lleva a subrayar que hay que erradicar el “despilfarro irresponsable” y optar por la “administración cuidadosa” del tiempo. Y para ello hay que tener mucha prevención, sobre todo, ante los “ladrones de tiempo”: de los “externos” -¡cuántas veces nos quejamos de que hemos perdido el tiempo por causas ajenas a nosotros!-, pero también de los “internos”, aquellos en los que nosotros somos los únicos o, al menos, los principales culpables.

Uno de esos “ladrones”, suele ser la excesiva lentitud en la toma de decisiones: quién no ha tenido cerca a una persona que se eterniza para elegir o quién no se ha desesperado por una “comisión” que nunca toma decisiones a tiempo. Otro, la incapacidad para decir “no”, cuando siempre existe la opción de decir “no puedo” o “no sé hacerlo” o, cuando menos, decir “en principio, no” y, después, con calma, pensar en las razones para decir definitivamente sí o no.

Reflexiones como las anteriores llevan a Jean-Louis Servan-Schreiber a afirmar que: “el alfa y el omega de dominar el tiempo es dominarse uno mismo”. Una máxima determinante para enfrentarse al problema del tiempo, porque quien aspire a dominarlo debe aprender a tomar distancia de las situaciones y asumir que cualquier decisión arbitraria sobre nuestro tiempo que tomen otras personas, con o sin nuestra aquiescencia explícita o implícita, socava nuestra capacidad de dominarlo. Por ello, empeñarse en dominar el tiempo no puede ser una opción intermitente: solo es posible si está vigente todas las horas de todos los días de nuestra vida.

En todo caso, no hay que confundir ser capaz de administrar el tiempo, en un sentido meramente cuantitativo -lo que lleva a “hacer más en el mismo tiempo o a lo mismo en menos tiempo”- con dominar el tiempo, que significa aumentar su calidad, porque “hacer bien las cosas es tan o más importante que el solo hecho de hacerlas”. Hacer las cosas bien es la única forma de tener verdadero control de la situación, de controlar realmente el tiempo, de ser realmente eficientes. La clave para conseguirlo es tomar conciencia de lo que en cada momento se está haciendo, oyendo, diciendo, pensando, sintiendo... y recordar siempre que “en medio de la duda o la angustia, es mucho más útil reflexionar que no hacerlo” y que “lo peor del estrés no es que mata, sino que impide gozar de la vida”.

Al repasar el libro, la mayor sorpresa ha sido comprobar que cuando, desde la evidencia que proporciona ir cumpliendo años, suelo decir que la vida solo es tiempo y que, por tanto, dominar el tiempo es la única forma de aprovechar la vida, solo estoy remedando lo que ya afirmaba Jean-Louis Servan-Schreiber cuando escribía que “el tiempo, más que dinero, es vida, no podemos resignarnos a un estado de cosas que atenta contra nuestra eficiencia y serenidad”. Para acabar, una cita de Michel de Montaigne recogida también en el libro: “Para aquellos que aprovechan bien el tiempo, es posible que la ciencia y la experiencia aumenten con la edad”.

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