Negro sobre blanco  /  Las tesis del aitona

Lo sientofebrero 2021

En los años 70 del pasado siglo XX alcanzó cierta fama una comedia romántica y lacrimógena titulada Love Story. En sus carteles publicitarios ocupaba un lugar significativo la frase: Amar significa no tener que decir nunca “lo siento”. Para el adolescente poco experto en la materia que era cuando se estrenó la película, el desiderátum contenido en la citada aseveración me parecía tan poco comprensible como inquietante.


La idea de que, en una relación amorosa, cada persona debe conducirse con un grado de perfección que implique no tener que pedir nunca disculpas a la otra me parece algo irrealizable y, por tanto, una fuente de permanente frustración. Identificar cualquier error cometido dentro de una relación de pareja como una falta de amor es poco realista. Igual que lo es pensar que una relación amorosa puede sostenerse en el tiempo jalonada por persistentes faltas de sintonía, que difícilmente pueden compensarse con permanentes peticiones de perdón y las consiguientes reconciliaciones, más o menos pasionales. Tampoco tiene mucho sentido pensar que una relación puede proyectarse indefinidamente en el tiempo cuando alguna de las personas que la integran se siente agraviada por la actitud o el comportamiento de la otra parte. No basta con querer a una persona y ser correspondido por ella para que una relación “funcione”.

En la entrevista que Jordi Évole realizó a Pau Donés poco antes de su muerte, este último afirmaba con rotundidad que “la pareja es la muerte del amor”. Quizás tenía su parte de razón, y las parejas que supuestamente se basan en el amor -o, en su primera y efímera versión: el enamoramiento- están condenadas a tener un mayor grado de fracaso que las sustentadas en un acuerdo más racional que amoroso para aunar esfuerzos en la barojiana lucha por la vida y/o en la búsqueda del teresiano camino de perfección. Pero me temo que, una vez conocido el camino del enamoramiento, desemboque o no en amor-eterno-mientras-dure, pocas personas renunciarían a esta vía para dar preferencia a la otra. Aunque la elección conlleve más boletos para desembocar finalmente en el fracaso y el consiguiente escepticismo ante las relaciones de pareja, como le ocurría al autor de “La flaca”; o aunque persistir en el empeño -con un límite que cada cual debe fijar libremente- conlleve tener que decir y/u oír demasiadas veces “lo siento”.

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