Negro sobre blanco  /  Opinatorio

Anatemaabril 2019

Quienes conocimos de primera mano los rigores de las semanas santas en las que, por ejemplo, oír música que no fuera sacra era pecado (sic), nos hacemos una idea de como eran las cosas en siglos anteriores. Aquellos en los que la Iglesia, enseñoreada de almas y cuerpos, se afanaba en mantener atemorizados a quienes creían en un dios más justiciero que bondadoso.

Una prueba inequívoca de cómo se las gastaba la jerarquía eclesiástica está en la documentación hallada por José Miguel Unanue Letamendi sobre un pleito que afectó a uno de sus antepasados a mediados del siglo XVIII. Se trata de las Censuras Generales (sic) leídas a los feligreses de Orio desde el púlpito de la iglesia parroquial de la villa para amenazar a quienes pudieran estar ocultando información: la primera, de excomunión; la segunda, de separación e incomunicación con la comunidad de fieles cristianos; y la tercera, de anatema. Esta última no tiene desperdicio. Sobre el mensaje de caridad cristiana que subyace, mejor no hacer comentarios.


“Maldito sea el manjar que comeredes, la bebida que bebieredes y el aire que respiraredes, maldita sea la tierra que pisaredes y la cama en que dormieredes, no lleua el Cielo sobre cosa vuestra sino fuego y piedra, no gozeis frutos de vuestros trabajos ni alleis quien os socorra en vuestras necesidades, siempre que fueredes a juicio salgais condenados, la maldición de Dios os alcanze: los santos Angeles os desamparen, los demonios os acompañen de dia y de noche y la tierra os trague bibos para que en Cuerpo y Alma deszendais a los Infiernos y no quede entre los ombres memoria vuestra en cuia significación mandamos matar candelas en el agua, que arrojadas despues por el suelo sean olladas con los pies y nadie se sirva de ellas como cosa maldita que representa vuestra condenación y se agan las otras ceremonias de la Iglesia”.

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