Negro sobre blanco / Opinatorio
Inteligencia artificialenero 2023
Esta expresión forma parte, desde 1992, del diccionario de la Real Academia de la Lengua, que la define como la “‘disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico”. Por la notoriedad adquirida en los últimos meses, tanto por su presencia en los medios de comunicación como en las conversaciones cotidianas, ha sido elegida “palabra del año 2022” por la FundéuRAE.
Hasta hace unos años, hablar de inteligencia artificial llevaba a imaginar historias en la frontera entre la realidad y la ciencia ficción. Ahora es imposible hablar de algoritmos, de análisis de datos, de ciberseguridad, de inversiones financieras, de investigación científica, o de cómo funcionan los asistentes virtuales de los televisores y los teléfonos móviles sin hacer referencia más o menos explícita a la IA.
Lo que en principio podía interpretarse como otro hito de la revolución tecnológica en la que vivimos sumidos desde hace décadas se ha convertido en uno de los grandes retos éticos a los que se enfrenta la humanidad. Porque una cosa es la incertidumbre que desde el inicio de la Revolución Industrial ha ido generando la ocupación por las máquinas de parcelas en la vida humana y, en particular, en la forma de ganársela, y otra es que, los artefactos inteligentes desplacen a los seres humanos a la hora de, entre otras cosas, tomar decisiones relevantes para ir marcando la dirección hacia la que se mueven las sociedades modernas.
Uno de los factores que han contribuido al desarrollo de la IA ha sido el crecimiento exponencial que ha tenido la capacidad y velocidad de los ordenadores para procesar información. Este crecimiento se va retardando en la medida en que el soporte físico de un bit va disminuyendo su progresión para ir haciéndose cada vez más diminuto: los ordenadores clásicos se programan en sistema binario, un “1” es un circuito “cerrado” y un “0” un circuito abierto; la disminución de tamaño de esos “circuitos” es lo que ha permitido que los ordenadores clásicos sean cada vez más potentes y de menor tamaño. El siguiente paso que en esta materia tienen reservado la ciencia y la tecnología es el ordenador cuántico. El ejemplo paradigmático de lo que viene es el experimento realizado en 2019, en el que un procesador cuántico tardó poco más de tres minutos en realizar un cálculo que a un ordenador clásico le hubiera costado varios miles de años.
Un indicador de la relevancia ética del progreso científico y técnico que nos espera es que uno de los artífices del citado experimento, Sergio Boixo, un leonés de 49 años que trabaja en Google como director científico de teoría de información cuántica, además de ingeniero informático, licenciado en matemáticas y doctor en física, es también licenciado en filosofía. También es filósofa, especializada en lógica y filosofía de la ciencia, Isabel Fernández Peñuelas (1960, Talavera de la Reina), que en un reportaje publicado recientemente en XLSemanal se mostraba partidaria de apoyarse en la ciencia ficción realista -la que se basa en la ciencia y en la tecnología reales y no en meras fantasías especulativas- para vislumbrar lo que nos depara el futuro. (Por cierto, esta filósofa predice que el futuro más impactante y con más interrogantes éticos va a venir de la neurociencia y su capacidad de generar nuevas neuronas a partir de células madre.)
Mientras tanto, si quieren comprobar como la inteligencia artificial ya tiene incidencia en la vida cotidiana de las personas, visiten https://chat.openai.com y comprueben la capacidad de esta aplicación basada en la IA para aportar conocimiento a medida para, por ejemplo, realizar trabajos académicos. Me temo que lo de hacer tareas on line y luego enviarlas para que sean evaluadas se va a convertir en el juego del gato y el ratón.