Negro sobre blanco  /  Opinatorio

La batalla de las palabrasseptiembre 2016

Hace algún tiempo que el papa Francisco viene diciendo que las acciones de violencia que continuamente se llevan a cabo en el mundo forman parte de la Tercera Guerra Mundial. A su juicio, no se pueden poner paños calientes al drama y hablar de un clima de “inseguridad”, sino que la pura y dura realidad es que “el mundo está en guerra”. Afirma que se trata de una “guerra de intereses” (cita expresamente “los recursos naturales”) o de una “guerra por el dominio de los pueblos”.

Su idea sobre lo que empuja a los humanos a la guerra no es novedosa, ya que los seres humanos llevan haciéndose la puñeta mutuamente por lo mismo desde tiempos inmemoriales. El matiz añadido por el papa Francisco (como, por otro lado, corresponde a un líder espiritual) radica en señalar que las causas que están detrás de la guerra son ciertos comportamientos no virtuosos: "la avaricia, la intolerancia y la ambición de poder”.


El papa Francisco no es la única persona que se ha referido a la situación de violencia que vive el mundo como a una guerra. Hace poco se ha hecho público que el estado de guerra ya fue invocado por el presidente estadounidense George Bush tras el atentado contra las Torres Gemelas en 2001 y, más recientemente, el presidente francés François Hollande se ha pronunciado reiteradamente en esos términos tras los atentados perpetrados en Francia.

Al parecer, los políticos occidentales que también han proclamado que se trata de una guerra parecen tener maniqueamente claro entre quiénes es la contienda: por un lado, países occidentales, económicamente desarrollados, que han sufrido o están en riesgo de sufrir atentados y, por otro, los inductores y ejecutores de tales atentados. Antes, el representante inequívoco del mal eran Bin Laden y su organización Al Qaeda; ahora, son las diversas franquicias del Estado Islámico, ISIS o Daesh, como prefiere denominarlo el establishment occidental.

En este asunto del quién es quién en cada bando de la guerra, lo que más llama la atención es el interés del papa Francisco por subrayar, reiterada y enfáticamente, que no se trata de una “guerra de religiones”.

Los comportamientos no virtuosos citados por el papa Francisco como motores últimos de esta guerra no tienen ni dios ni patria y, con toda probabilidad, han estado presentes en la gestación de todas ellas. Pero no es menos cierto que en la guerra cada bando establece sus propias motivaciones y, en este caso, la forma de entender el Islam es una parte sustancial del discurso guerrero de uno de los supuestos bandos.

Se podrá alegar que se trata de una interpretación equivocada, malintencionada y fanática del Islam, pero no menos de lo que lo era, por ejemplo, la interpretación del cristianismo que hacían los líderes políticos y religiosos que instigaron las Cruzadas, y no creo que por ello nadie se atreva a cuestionar su carácter de guerras de religión. Tampoco creo que algunas de las que ha habido en Europa entre cristianos dejen ahora de ser consideradas guerras de religión porque esté comprobado que algunos de sus protagonistas tenían, además o preferentemente, intereses poco relacionados con su pretendida fe y mucho con esos comportamientos no virtuosos señalados por el papa Francisco. Lo anterior, además, sin perjuicio de que a buena parte de los que estaban o están objetivamente en uno u otro bando de esas guerras de religión les pareciera y les parezca una barbaridad matar a personas por ser seguidoras del Islam, de Jesús de Nazaret, de Lutero o de la rancia contrarreforma católica.

Al César lo que es del César... y a la guerra que -según el papa Francisco- tiene en jaque al mundo la calificación que le corresponde: guerra de religión. Aunque se dé por descontado que hay impresentables de todos los credos y hasta de los que no los tienen que aprovechan cualquier ocasión para arrimar el ascua a su sardina.

Por cierto, fue el ínclito Ministro del Interior en funciones, Jorge Fernández Díaz, quien hace unos meses reivindicó públicamente la utilización del término Daesh con preferencia a cualquier otro, por tener una connotación más negativa y porque "la batalla de las palabras también es importante". Habida cuenta de que el interfecto parece ser miembro de una secta católica, integrista y radical, poco dada a matices en su forma de interpretar el cristianismo, creo que estará de acuerdo en que lo correcto es referirse a la actual Guerra Mundial de la que habla el papa Francisco como guerra de religión. Aunque también puede ocurrir que tanto a uno como a otro les parezca que el término no es el más adecuado para la batalla de las palabras.

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