Negro sobre blanco  /  Opinatorio

La belleza de los seres divinos al bailarenero 2023

Es lo que, según su propia página web, significa en castellano Shen Yun: una interpretación poética de la fusión de los términos Shen (dios o divino) y Yun (sentimiento o ritmo). Es el nombre de “una compañía de danza clásica china” que tiene su sede en Nueva York. Mi interés por esta compañía se debe a que la publicidad que anuncia su actual gira está encabezada por una frase memorable: “China antes del comunismo”.


No corren buenos tiempos para la democracia. Como dice el periodista Rubén Amón, los países en que está vigente un sistema democrático de cierto calado corren el riesgo de convertirse en parques temáticos. Un indicador significativo de esta deriva es que se está convirtiendo en un mal hábito no aceptar la derrota en las urnas. Claro que para que esta aceptación tenga su propia lógica debe estar vigente un principio básico de la democracia: deben existir mecanismos institucionales y sociales que posibiliten la alternancia en el ejercicio del poder político. Esto es algo que no ocurre en China.

La democracia popular china tiene carácter piramidal, de forma que la elección de representantes solo se lleva a cabo en los niveles más bajos de la pirámide: la asamblea de barrio o de aldea. En el resto de niveles, hasta llegar a la Asamblea Popular Nacional, los representantes y las (pocas) representantes se eligen en las asambleas u órganos de nivel inferior, donde también se designa, al menos formalmente, a quienes ejercen tareas ejecutivas. El mayor inconveniente del peculiar sistema democrático chino es que, en el escalón inferior, aunque según la ley es elegible quien sea avalado por 10 conciudadanos o por el jefe de su empresa, son elegidos/as casi en exclusiva candidatos/as respaldados/as por el Partido Comunista Chino (PCCh), una estructura con 90 millones de afiliados/as (un 7% de la población) y que, en la práctica, es el partido único desde 1949.

Debido a esta escasa posibilidad de participación de la ciudadanía en la elección de la base de la pirámide, todo el sistema institucional chino esta contaminado y, por tanto, carece de legitimación democrática. En consecuencia, puede afirmarse que el criterio de participación efectiva -que evalúa la oportunidad de que el punto de vista de cualquier ciudadano/a sea conocido por los/as otros/as miembros de la comunidad- se reduce a las escasas posibilidades de que un candidato no perteneciente al PCCh se haga oír por sus conciudadanos más próximos, para lo que hay que tener en cuenta, además, que los medios de comunicación y los canales digitales de información están sometidos a una censura implacable.

No es este el único criterio que no se cumple en China de los cinco que, en su obra La democracia: una guía para los ciudadanos, propone Robert Alan Dahl (1915-2014) para evaluar el grado de democracia que existe en un país: la igualdad de voto queda circunscrita a la posibilidad de votar en la citada elección primaria en la base de la pirámide; es mínima la capacidad de acceso a la comprensión ilustrada que permitiría a la ciudadanía instruirse sobre políticas alternativas y sus consecuencias; el control de la agenda pública está lejos del alcance de la ciudadanía, ya que está estrictamente controlada por la cúspide del PCCh; y, por último, existe un déficit notable en la inclusión de las personas en el sistema, ya que hay grupos sociales marginados de la representación política, cuando no directamente reprimidos (mujeres, minorías étnicas y religiosas, personas LGTBI+).

En definitiva, aunque el propio Dahl considera que a lo largo de la historia no ha habido ningún Estado que haya satisfecho plenamente las condiciones para que su régimen de gobierno pudiera ser considerado plenamente democrático y que, por tanto, solo es evaluable el grado en que un régimen es más o menos democrático, se puede afirmar que China es un país con muy bajo nivel de democracia. No obstante, esta conclusión tampoco es óbice para que Kishores Mahbubani (1948), desde la perspectiva de que en Asia ven las cosas desde puntos de vista distintos a los vigentes en Occidente, afirme que: “Los chinos llevan un par de milenios reflexionando sobre la forma que debe adoptar una sociedad justa y bien organizada, el mismo tiempo que los occidentales. Pero ellos han llegado a otras conclusiones”.

Volviendo a Shen Yun, la conclusión de todo lo anteriormente expuesto es que resulta pretencioso intentar identificar el espectáculo que ofrece la compañía como la expresión fidedigna de lo que era China antes del comunismo. Sobre todo, porque esta referencia publicitaria identifica la excelencia de su espectáculo con la supuesta bondad intrínseca del sistema de vida existente en China antes de la implantación del régimen comunista.

Sabemos poco sobre cómo es realmente la vida en China, aunque cualquiera que haya vivido en una dictadura se hace una idea de cómo funcionan las cosas por aquellas latitudes. Y, por descontado, tampoco es posible saber cómo hubiera sido el devenir de ese país milenario y cómo sería ahora su presente si no se hubiera implantado el comunismo. Pero identificar la China anterior a 1949 con lo bello y lo bueno no deja de ser es una interpretación maniquea, sesgada, interesada y, por tanto, falsa de la historia de aquel país. En todo caso, me temo que no es aventurado afirmar que la inmensa mayoría de la población de la China anterior al comunismo no tenía unas condiciones de vida suficientemente aceptables como para dedicarse a disfrutar de la belleza de los seres divinos al bailar. Por cierto, quienes diseñan la estrategia corporativa y las campañas publicitarias de Shen Yun podrían preguntar a los y las descendientes de los y las indígenas del país en que tiene su sede la compañía qué opinan sobre la forma en que se implantó allí la democracia.

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