Negro sobre blanco / Opinatorio
Libertariooctubre 2023
Hace años, en un debate sobre un asunto económico-administrativo relacionado con el devenir del negocio futbolero, argumenté que hay ocasiones en que, en casos como el que estaba encima de la mesa, la administración pública debería comportarse como el Leviatán que propugnaba el filósofo inglés Thomas Hobbes. Uno de mis interlocutores, partidario del ejercer el buenismo hasta sus últimas consecuencias, se mostró escandalizado ante la concepción política que implicaba mi posicionamiento. Le expliqué que la existencia del Estado solo se justifica si es realmente eficiente y, para tranquilizarlo, me proclamé anarcosindicalista institucionalista. Una autodefinición que he vuelto a emplear en contadas ocasiones, y siempre con personas a las que he considerado capaces de aprehender, sin explicaciones añadidas, el significado de esta, aparentemente, contradictio in terminis.
Escuchar entre las noticias a comentaristas políticos hacer referencia a un candidato de extrema derecha a la presidencia de un país latinoamericano catalogándolo de “libertario” no sienta bien a nadie que ante los conflictos sociales mantenga una posición anarcosindicalista (que se puede resumir como una vocación indeleble de, mande quien mande, posicionarse siempre en defensa de las condiciones de vida de las personas económicamente menos favorecidas). Sobre todo si, al mismo tiempo, esa postura anarcosindicalista va acompañada de un respeto crítico ante las instituciones públicas que se ocupan de administrar las políticas sociales, desde la consideración de que son, tanto las instituciones como las políticas sociales, instrumentos necesarios para organizar de forma razonable una sociedad compleja.
El diccionario en línea de la RAE -al parecer, poco interesado en matices de ideología política- dice que, según el ideario anarquista, libertario es quien “defiende la libertad absoluta y, por lo tanto, la supresión de todo gobierno y de toda ley”; por su parte, el María Moliner es todavía más tajante, y directamente considera que es sinónimo de “anarquista” y “ácrata”. Menos mal que la académicamente tantas veces denostada Wikipedia aclara que “el término libertario se caracteriza por su polisemia” y que, aunque etimológicamente signifique “partidario de la libertad”, en términos filosóficos, ideológicos o políticos su significado cambia en función de la interpretación que se haga, precisamente, del término “libertad”.
Siguiendo el recorrido histórico que sobre el término libertario se realiza en la citada “enciclopedia de contenido libre”, queda claro que nadie se puede erigir en propietario en exclusiva de la palabra “libertad”. Pero, para evitar contaminar de forma espuria esa palabra -que es mágica para todo el espectro político e ideológico-, sugiero que para referirse al susodicho ejemplar de político (también conocido como “el de la motosierra”), en el mejor de los casos, se utilice el término anarcocapitalista, aplicable a quien considera que el derecho de propiedad está por encima de todas las cosas y que su ejercicio no necesita de la tutela del Estado. Lo anterior, con todo el respeto y pidiendo perdón por el atrevimiento a los/as verdaderos/as anarquistas que en la historia han sido, son y serán.