Negro sobre blanco  /  Opinatorio

Microplásticoenero 2019

Ha sido elegida por la Fundéu como palabra del año 2018. Es el término acuñado para designar a los protagonistas de la nueva plaga que se cierne sobre los seres humanos y el medio ambiente en que vivimos. Según la citada fundación, “son pequeños fragmentos de plástico (menores de cinco milímetros) que o bien se fabricaron ya con ese tamaño para ser empleados en productos de limpieza e higiene, o bien se han fragmentado de un plástico mayor (bolsas de la compra, envases de todo tipo...) durante su proceso de descomposición”. Los microplásticos han saltado a la fama. Y se han convertido en el nuevo invitado a nuestra mesa formando parte del menú: en el agua, en la sal marina o, en su formato más popular, en los peces que nos comemos. ¡Como si la proliferación de los malditos anisakis no fuera suficiente para amargarnos las comidas a quienes somos devotos del pescado!

¿Cómo es posible que haya llegado a la naturaleza tal cantidad de plástico como para formar parte de la cadena alimenticia de los animales, incluidos los supuestamente racionales, es decir, los humanos? No sé ustedes, pero yo no me creo que el asunto se va a resolver sólo con el compromiso responsable de concienciad@s ciudadan@s que intentamos redirigir hacia el reciclaje la marea de plástico que invade nuestros hogares. Ni me lo creo, ni se lo creen quienes organizan las campañas de recogida de residuos y que, con toda la coña marinera del mundo, advierten que los objetos de plástico que no sean envases los depositemos en los contenedores destinados al rechazo (sic).

¡Es la economía, estúpido! Efectivamente, como bien dice la famosa frase acuñada casi sin querer por James Carville, asesor de Bill Clinton en la campaña que en 1992 le llevó a la presidencia de los EE.UU., son los intereses económicos los que están detrás de que el plástico haya invadido todos los rincones de nuestra vida. Y nadie puede acusarnos de consumir lo que nos ofrece el mercado (y convertir buena parte de ello en basura), cuando a menudo no existen alternativas económicamente accesibles para la mayoría de quienes vivimos en las ciudades.

Sólo una decisión económica de profundo calado -que nadie puede tomar, porque no hay ningún organismo en el mundo con autoridad para hacerlo- podría lograrlo: dejar de poner en la cadena de consumo (doméstica, industrial o de cualquier otra índole) productos para los que no se ha previsto en origen, cuando son diseñados, la forma en que pueden ser reutilizados o reciclados sin generar residuos peligrosos para la salud de los seres humanos y para la vida en el planeta. Entre ellos, pero no los únicos, están los ya famosos microplásticos.

Me atrevo a pronosticar que sólo con las nuevas palabras que haya que asacar para designar a otros residuos que van a seguir inundando nuestras vidas y atentando contra nuestra salud y la de nuestr@s descendientes, la Fundéu tendría resuelto el problema de elegir la palabra de cada año durante las próximas décadas. Aunque para ello haría falta que dichas palabras fueran protagonistas en los medios de comunicación. Y me temo que con la que está cayendo en otros órdenes de la vida social no quede sitio suficiente para todas ellas. Salvo que encuentren su espacio en esos programas a mayor gloria de lo culinary que tanto proliferan en los medios: nuevas recetas para cocinar apetitosamente microplásticos, anisakis y demás residuos o parásitos alimenticios. ¿Se imaginan?

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