Negro sobre blanco  /  Opinatorio

Pijanzajulio 2022

Según el diccionario en línea de la RAE, de una persona se dice que es pija cuando “en su vestuario, modales, lenguaje, etc., manifiesta afectadamente gustos propios de una clase social adinerada”. El mismo diccionario define pujanza como “fuerza grande o robustez para impulsar o ejecutar una acción”. Con estos mimbres, ¿qué significado podría darse a pijanza?


La invención del término no fue premeditada: un lapsus linguae de un tertuliano matutino mientras trataba de explicar el auge que, según sospechosos indicadores sustentados en la media más famosa, viene experimentando una no menos famosa Comunidad Autónoma de cuyo nombre prefiero no acordarme en este momento.

Por la falta de interés de su involuntario descubridor, que se apresuró a corregir el error, al neologismo no le auguro mucho recorrido. Sin embargo, una tertuliana, compañera de programa del antedicho, se mostró entusiasmada con el término. A decir verdad, parece adecuado para expresar la forma en que un colectivo se lanza impetuosa y alborozadamente hacia el futuro utilizando el pijerío como principal punto de apoyo.

Es por eso por lo que, capitales de reino aparte, el palabro me pareció hecho a medida para mi ciudad de toda la vida: Donostia, San Sebastián, o La Bella Easo (sic) si se prefiere la denominación más cursi. Una ciudad deslumbrante, en la que siempre ha habido un amplio elenco de pijos y pijas, que se convertían en legión con la llegada de estío y de los correspondientes visitantes foráneos. Es más, ser un poco pijo, cuando menos en el atuendo, ha sido una seña de identidad ampliamente aceptada por quienes pretendieran ir por la vida de donostiarras. Y, así mismo, el turismo más bien pijo ha sido desde antaño un elemento importante de su economía, a pesar de las décadas color gris plomo que nos tocó vivir en un tiempo todavía reciente. 

Pero todo tiene un límite. Y en Donosti hace ya años que se ha sobrepasado con creces. Una cosa es que la llegada de la paz de las armas haya abierto la posibilidad de que la urbe vuelva a explotar su palmito de ciudad para las élites y, por mor de la actualmente imperante cultura del ocio, también para quienes se consideran de esa clase media y trabajadora que todo lo puede (y que si apenas puede, hace como que sí). Y otra cosa, muy distinta, es que ya casi nadie con un sueldo normal, o dos, pueda pensar en comprarse una vivienda y criar a sus hijos e hijas (suponiendo que decida tenerlos) en barrios de la ciudad en los que vivieron sus antepasados más cercanos. Salvo, claro está, que hayan recibido, o aspiren a hacerlo, una herencia sustanciosa de esos antepasados, que eran donostiarras, quizás hasta un poquito pijos, pero a quienes les cuesta o les costaría reconocer como su pueblo a la actual Donostia solo para ricos

Por cierto, para acabar de adornar con un poco de cosmopolitismo pijo el empuje del turístico San Sebastián actual, he descubierto que, en croata, pijanza significa “embriaguez”. Que, para el caso, también valdría.

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