Negro sobre blanco  /  Reflexiones de un estudiante de “letras”

Abertzaleabril 2019

Ser o no ser abertzale. Ha sido y sigue siendo una cuestión clave para posicionarse ante el panorama político, sindical y social de Euskal Herria (o como cada cual prefiera denominar, en su conjunto o por partes, a esta tierra en la que nací, en la que siempre he vivido y en la que, con casi total seguridad, entregaré la cuchara). Lo curioso del asunto es la diversidad de interpretaciones que ha tenido y tiene el término abertzale.


Posiblemente, la referencia más neutra es la que recoge el diccionario de la Real Academia Española, según el cual abertzale es una voz vasca cuyo significado es patriota, palabra que es definida como “persona que tiene amor a su patria y procura todo su bien”. Y, también según la RAE, patria es la “tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”. Aparece así en escena el término nación, en el cual radica el quid de la cuestión, ya que el significado de abertzale -y, por tanto, el dilema de ser o no abertzale- se circunscribe, en gran medida, a aceptar o no la existencia de la nación vasca, y las consecuencias que ello conlleva.

Hay muchas formas de entender qué es una nación. Si nos atenemos estrictamente a la definición de patria que recoge la RAE, habría tantas como “vínculos” por los que las personas se sienten ligados a su “tierra natal o adoptiva”. A este respecto, carece de lógica que, como condición para la existencia de vínculos “históricos o afectivos”, la RAE señale que dicha “tierra natal o adoptiva” debe estar “ordenada como nación”. La existencia de algún ordenamiento previo sólo tendría sentido si pone el acento en los vínculos “jurídicos”; no obstante, también en ese caso hay un amplio abanico de posibilidades para determinar qué es una nación.

Por ejemplo, hay quien sostiene que el término nacionalidades que se incluyó en la Constitución de 1978 fue sólo un subterfugio para hablar de naciones sin generar mucho lío entre quienes pensaban que en el Estado español sólo existía la nación española. Ahora hay líderes políticos que anatematizan a quienes hablan de España como nación de naciones o que consideran una traición a la patria española referirse a Catalunya como nación. Y lo hacen incluso quienes -al igual que muchas personas, entre las que me incluyo- consideran razonable que el Estatuto de Autonomía de Andalucía se refiera a dicha tierra como realidad nacional.

En esta tierra vasca hay personas -con ocho apellidos vascos o sin ellos- que tienen como patria a Euskal Herria, a la que consideran una nación; y también hay otras cuya patria es España y que opinan que la nación vasca es una entelequia de nacionalistas trasnochados. Precisamente, la traducción de abertzale al castellano incluida en diccionario ELHUYAR hiztegia recoge, además de patriota, el término nacionalista. Sin embargo, esta segunda acepción, aunque se corresponde con el significado que tiene para el nacionalismo vasco más tradicional, no es la referencia que muchas personas hacen suya para expresar qué es ser abertzale

Hay que subrayar que, tanto dentro como fuera de Euskal Herria, hay una forma bastante arraigada de interpretar el término abertzale que resulta particularmente inadecuada. Tiene su origen en el intento de cierta corriente política vasca de reivindicar como propia y exclusiva la expresión izquierda abertzale. Es poco discutible que la antigua tesis de que se es abertzale si y sólo si se es separatista -término muy utilizado en otra época- no es la única forma de ser patriota vasco en el siglo XXI (y, por supuesto, no es de recibo que para ser abertzale y de izquierdas haya que suscribir los planteamientos de la corriente política antes mencionada).

Al respecto, llama la atención que el María Moliner identifique abertzale con “nacionalismo vasco radical”. Aunque quizás no sea tan extraña esta impertinente asociación, habida cuenta de que se corresponde con el uso habitual del término por parte de los medios de comunicación de proyección estatal. Habrá quien piense que al realizar la asociación entre ser abertzale y ser radical (entendido como extremoso o intransigente) dichos medios son poco sutiles al tratar de explicar cómo son las cosas por esta tierra; y habrá quien piense exactamente lo contrario.

En cualquier caso, mal que les pese a dogmáticos y fundamentalistas de todas las opciones, en Euskal Herria, en España y, por supuesto, en Europa, hay muchas personas cuyo concepto de patria es menos categórico que el que recogen los diccionarios, los medios de comunicación o los discursos políticos habituales. Porque no sólo no encuentran contradicción alguna entre tener sentido de pertenencia a una nación y ser ciudadanos y ciudadanas individuales titulares de sus correspondientes derechos, sino que es más habitual de lo que parece que muchas personas tengan percepción de pertenencia a más de una nación (al respecto, ver Fronteras en Europa: Estados y naciones).

A la vista de esta realidad emergente e imparable en un mundo que cambia a toda velocidad, no hay que circunscribirse al sentimiento defendido poéticamente por Rilque de que “la verdadera patria del hombre es la infancia”, hay que atreverse a dar paso a nuevas e imaginativas formas para reconocer la existencia de la nación vasca y el derecho del pueblo vasco a autogobernarse, que, ésta sí, es conditio sine qua non para proclamarse abertzale.

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