Negro sobre blanco / Reflexiones de un estudiante de “letras”
Capitalismo global y mercado de trabajoabril 2023
No sé quién acuñó la frase “el dinero no tiene patria”. Hay quien atribuye su autoría al falangista español José Antonio Primo de Rivera y quien lo hace al, entre otras muchas cosas, guerrillero montonero argentino Francisco "Paco" Urondo. Aunque habrá quien opine que hay ciertas concomitancias entre las ideologías radicales de uno y otro, sus praxis políticas y sus posicionamientos como activistas están tan alejados que puede concluirse que, en un amplio espectro social, hay consenso: a quienes manejan el dinero solo les interesa ganar más dinero. Y si en algún momento de la historia económica de las sociedades humanas la frase sobre un dinero sin patria ha cobrado especial vigencia es en este nuevo capitalismo global en el que vivimos.
Manuel Castells (2000, Materiales sobre una teoría preliminar sobre la sociedad de redes) señala que a lo largo de las dos últimas décadas del siglo XX la mayoría de las sociedades experimentaron transformaciones sustanciales. Además del auge de las ideas neoliberales, que llegaron a la cumbre del poder político con los mandatos de Margaret Thatcher (primera ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990) y Ronald Reagan (ocupó la presidencia de los EE. UU. desde 1981 hasta 1989), uno de los elementos que influyeron decisivamente en esos cambios fue el surgimiento de un nuevo paradigma tecnológico, sustentado en la ingeniería genética y en las tecnologías de la información y las comunicaciones basadas en la microelectrónica. Y una de las más significativas consecuencias fue la implantación de un nuevo modelo económico global, caracterizado porque sus actividades estratégicas más relevantes pasaron a llevarse a cabo a nivel mundial y en tiempo real, a través de Internet.
En esa economía global, las grandes empresas se han convertido en nodos de una red global articulada a través del sistema bursátil. Es una peculiaridad que pone en evidencia que la nueva economía está dominada por el mercado financiero global: muchos grandes negocios se realizan en base a especulaciones financieras y no tanto mediante la producción y comercialización de bienes o servicios. Además, hay que hacer notar que el financiero es un falso mercado, ya que solo de forma parcial funciona de acuerdo a las reglas de un mercado económico tradicional; el motivo es la falta de regulación con que, en tiempo real, se mueven los flujos de capital por el mundo.
En el seno de esta economía altamente financiarizada, el capitalismo global ha generado también un nuevo modelo global de relaciones de trabajo. Además de haberse producido una división del trabajo a escala mundial, en el nuevo modelo se distinguen, según la terminología de Castells, dos tipos de trabajadores/as: los/as “autoprogramables”, aquellos/as que se adaptan a la demanda del nuevo mercado de trabajo, y los/as “genéricos/as”, que son aquellos/as fácilmente intercambiables por otros/as y, por tanto, son laboralmente desechables. El resultado ha sido una oleada dramática de desigualdad, polarización y exclusión social, acompañada por la aparición de un mercado de trabajo caracterizado por la flexibilización a ultranza y por encima de cualquier otra consideración, y la individuación, que ha sustituido progresivamente a la socialización de la producción que caracterizaba a la era industrial.
No obstante, esta nueva concepción del trabajo que ha generado el capitalismo global tiene expresiones en el ámbito local que pueden ser muy diferentes (Castells, 2000, La sociedad red), como se pone de manifiesto en el caso del Estado español y su peculiar organización autonómica. En efecto, aunque la legislación laboral es competencia estatal, ciertas diferencias en la estructura económica y en la política social hacen que el mercado de trabajo adquiera características muy diferentes en unas u otras comunidades autónomas. Por ejemplo, en la Comunidad Autónoma del País Vasco, el nivel de empleo industrial y de empleo público existente (son sectores en los que, en general, existen mejores condiciones de trabajo) tiene como consecuencia que un porcentaje relevante de la población pueda aspirar a tener empleos que posibilitan proyectos de vida planificados a largo plazo; por otro lado, la cobertura que ofrece la Renta de Garantía de Ingresos (cuya expectativa es que pueda sea percibida desde los 18 años) permite que muchas personas puedan no aceptar ofertas de trabajo con baja remuneración.
Siguiendo con el ejemplo, esas mejores perspectivas laborales que se dan en la CAPV, el mantenimiento sostenido del nivel de desempleo por debajo del 10% y la existencia del sindicalismo de ámbito vasco, que hace que las relaciones laborales se desarrollen en un marco específico, no garantizan que la clase trabajadora vasca sea impermeable a una de las consecuencias que el capitalismo global y su ideología neoliberal han irradiado por todas partes: la tendencia general hacia la individualización de las relaciones laborales. Una de sus consecuencias es que una parte significativa de las generaciones más jóvenes y con alto nivel formativo tiene tendencia a no sindicalizarse, desde la consideración de que las credenciales académicas son suficientes para sortear las dificultades del mercado de trabajo. En el otro extremo de la estructura social, también con un déficit organizativo endémico, están las personas con baja cualificación que trabajan en el sector servicios, donde el colectivo de mujeres inmigrantes protagoniza su propio apartheid laboral, como mano de obra barata de la alternativa familista al déficit de cuidados que el Estado de bienestar ofrece a una población muy envejecida.