Negro sobre blanco / Reflexiones de un estudiante de “letras” / Las mujeres migrantes, lugar de encuentro de culturas alimentarias y culinarias
Sobre cómo las mujeres migrantes se convierten en crisoles de las culturas alimentarias y culinarias de sus países de origen y destinoenero 2025
Las mujeres migrantes, lugar de encuentro de culturas alimentarias y culinarias
Alimentarse es una necesidad imprescindible para conservar la vida. No obstante, más allá de que sea una necesidad fisiológica y soslayando que la producción y el consumo de alimentos están sometidos a los condicionantes de la economía global, la elección cotidiana de productos alimenticios, la forma de prepararlos o cocinarlos y las liturgias que acompañan el consumo de los menús de cada día confieren a la alimentación “una dimensión imaginaria, simbólica y social” (Gracia Arnaiz, 2000).
Desde ese punto de partida, las evidencias empíricas muestran que nacer y crecer en un determinado contexto cultural conlleva, entre otros aprendizajes, la adquisición de determinados hábitos alimentarios. Hábitos que acaban formando parte tanto de la identidad individual de cada persona como de la identidad colectiva de la sociedad en que esa persona se ha alimentado durante su desarrollo físico y social.
Este carácter identitario de los hábitos alimentarios se pone especialmente de manifiesto cuando las personas, ya sea de forma permanente o temporal, se trasladan a un entorno social con costumbres alimentarias y/o culinarias diferentes a las de su cultura de origen. Un caso significativo de encuentro entre identidades alimentarias y culinarias de dos culturas diferentes es el de las mujeres migrantes.
El contraste alimentario y culinario que se produce en las personas migrantes va más allá de la mera diferencia de hábitos entre los países de origen y destino. En efecto, entre las personas migrantes las variables socioeconómicas inciden de forma sustancial en la forma en que deben conjugar su identidad de origen y las modificaciones que debe experimentar esa identidad para integrarse o, cuando menos, adaptarse a la cultura de destino. Al respecto, debe tenerse en cuenta que uno de los motivos básicos para emigrar ha sido y sigue siendo la pobreza. Y esa escasez de recursos económicos de las personas migrantes es un factor que incide directamente en su dieta, más allá de que en el lugar de destino sea posible encontrar productos de su país de origen que les posibiliten poder acomodar la dieta a sus preferencias.
Una característica relevante de los procesos migratorios es su progresiva feminización: un alto número de las personas migrantes son mujeres (por ejemplo, casi tres millones de mujeres migrantes viven en el estado español). El potencial laboral de muchas de esas mujeres, incluso de las más cualificadas, queda en suspenso o es definitivamente rechazado por la burocracia y los sesgos del mercado laboral del país de destino. Como consecuencia, son empujadas hacia opciones laborales “precarias, mal pagadas, de baja cualificación y, en su mayoría, en la economía sumergida” (Heim, 2020). En ese contexto, una opción recurrente para muchas de esas mujeres migrantes es trabajar en el sector de los cuidados. Es la forma en que los países ricos vienen poniendo parches al viejo modelo familista, tras el acceso masivo de las mujeres autóctonas al mercado de trabajo. Una realidad incuestionable que a menudo se obvia por las entidades, públicas y privadas, que realizan tareas de atención hacia las mujeres migrantes.
Así las cosas, con la búsqueda de recursos económicos en ese nicho de empleo, el de los cuidados, surge un escenario donde analizar cómo las mujeres migrantes perciben y gestionan la obligada integración de las culturas alimentarias y culinarias de origen y destino, tanto en lo que respecta a su propia persona como a sus familias y, así mismo, la relevancia que esa integración adquiere a la hora de buscar empleo.
En general, no sabemos casi nada sobre cómo transcurren en la esfera privada las vidas de las personas que no pertenecen a nuestro entorno más próximo. Y es esa esfera privada donde las mujeres inmigrantes gestionan el encuentro de culturas alimentarias y culinarias. Son los entornos privados que comparten con sus familiares o con otras personas (frecuentemente con otras mujeres migrantes) y, también, los domicilios privados en los que desempeñan su trabajo como cuidadoras, en muchas ocasiones en calidad de empleadas del hogar internas. Es en esos entornos privados donde las mujeres migrantes se convierten en crisoles de las culturas alimentarias y culinarias de sus países de origen y destino.