Negro sobre blanco  /  Reflexiones de un estudiante de “letras”

Milicianas kurdas: libertad o muertejunio 2020

El Kurdistán histórico se extiende sobre 500.000 km2. El pueblo kurdo, con alrededor de 30 millones de personas, es la nación sin Estado con más integrantes del mundo. Repartida entre Turquía, Irak, Irán y Siria, es también la minoría étnica más numerosa de Oriente Próximo. En 2011, cuando comienza la guerra de Siria, este país tenía algo más de 21 millones de habitantes; la población kurda era apenas un 3%.


La guerra de Siria comienza como una guerra civil, desencadenada tras la ola de protestas que tuvieron lugar durante la Primavera Árabe contra el régimen de Bashar al Asad, pero pronto se convirtió en una guerra global. Los actores con intereses en Oriente Próximo se apresuraron a intervenir en este conflicto interno internacionalizado (Escola de Cultura de Pau; U. A. de Barcelona, 2019), calificado como guerra por delegación por Álvarez-Ossorio (“La crisis en Siria y los grupos islamistas”, 2017). Cualquiera que sea la denominación elegida, es evidente que la intervención de las potencias extranjeras tiene, sobre todo, una motivación geoestratégica, económica o de contrapeso a las potencias que apoyan al otro bando, aunque a menudo se revista de argumentos prodemocráticos o éticos.

En ese contexto bélico, la parte del pueblo kurdo que habita en el norte de Siria ha librado su propia guerra. Ha aprovechado el caos generalizado existente en territorio para establecer una zona autónoma (aunque de fronteras difusas y amenazadas, sobre todo por Turquía), conocida como Rojava (que en kurdo significa “occidente”), y que tiene fuerzas armadas y sistema educativo propios. El pueblo kurdo reivindica la implantación en Siria de un Estado federal, similar al de Irak.

Buena parte de las batallas libradas por las fuerzas armadas kurdas han sido contra el Estado Islámico (también denominado ISIS o Dáesh), surgido en 2013 y que, durante la guerra, llegó a controlar una parte importante del territorio sirio. El radicalismo islámico del EI -en particular, su falta de respeto hacia la dignidad de las mujeres- ha dejado una profunda huella en aquellas que han permanecido bajo su dominio o que han temido llegar a estarlo. Es el caso de muchas mujeres kurdas, que para defender su libertad han decidido tomar las armas.

Las kurdas, como el resto de las mujeres del mundo, están obligadas a combatir cada día en muchos frentes para conseguir ser respetadas. La lucha por la igualdad con los hombres está profundamente arraigada en las mujeres del pueblo kurdo. Además de proclamar su capacidad para desenvolverse en todos los ámbitos de la vida pública (las mujeres tienen un papel relevante en el gobierno del territorio sirio controlados por el pueblo kurdo), muchas de ellas han decidido formar parte de las Unidades Femeninas de Protección. En palabras de la joven soldado Yanda Welat, “Las mujeres de Rojava estamos llevando a cabo una doble lucha. Queremos el reconocimiento de los derechos del pueblo kurdo y conseguir la emancipación de la mujer en un Oriente Medio [expresión de origen anglófono para referirse a Oriente Próximo] marcadamente patriarcal” (Meseguer y Zurutuza; Respirando fuego; Península, 2019).

Las guerras son desastrosas para todas las personas implicadas en ellas, pero son todavía peores para quienes son más vulnerables. Para vergüenza de todos los hombres del mundo, las mujeres siguen siendo un botín de guerra. Por ese motivo y ante la amenaza, sobre todo, de los extremistas del Estado Islámico, la elección de las milicianas kurdas ha sido y sigue siendo determinante: libertad o muerte.

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