¡Oh deporte! / Fútbol es fútbol
El corral futbolero: pulpos, zorros y gallinasmarzo 2023
Al Barça le están cayendo las suyas y la del pulpo. Las suyas son las que le tocan como pagano -no hay duda de que ha puesto un buen dinero sobre la mesa del ínclito Enríquez Negreira- de una supuesta trama para influir en la competición futbolera. Pero, si lo de la corrupción arbitral se confirma, a quienes les tocaría recibir la del pulpo es al susodicho E. N., como cabeza cobrante del cefalópodo arbitral, y a cada uno de los tentáculos del bicho, es decir, a los árbitros que hayan participado en el convite y recibido -en dinero y/o en especie- el correspondiente estipendio por su colaboración.
Por mucha pose de ofendidos que adopten los miembros del colectivo arbitral (tanto los que están en activo como los que están retirados, hayan tenido o no algún cargo en las sucesivas versiones del actual Comité Técnico de Árbitros), es una desfachatez que pretendan hacernos creer que cualquier intento de adulterar la competición -ya sea por parte de la trama encabezada por E. N. o por otras que, sin duda, han existido en el fútbol- se ha podido llevar a cabo sin la complicidad culpable de los árbitros. Y conviene también no perder de vista que el CTA -del que E. N. era vicepresidente cuando cobraba del Barça- forma parte de la Federación Española de Fútbol y, como señalan los estatutos de esta entidad, actúa “con subordinación al Presidente de la RFEF”, que, por tanto, tiene culpa in vigilando sobre las actuaciones de dicho comité, es decir, que es responsable de su buen o mal funcionamiento.
Sin embargo, las personas físicas o jurídicas -incluido el Gobierno de España- que se van personando en la causa abierta por este asunto, al tiempo que ponen cara de sorpresa y tratan de mostrase libres de toda culpa, señalan al Barça como principal y casi único protagonista de la supuesta trama de corrupción. Y esto ocurre a pesar de que quienes siguen de cerca el devenir del fútbol español saben que siempre ha habido personajes que han pretendido influir sobre ascensos, descensos o títulos. Por ese motivo, los que ahora se hacen los sorprendidos o son demasiado ingenuos o unos grandes hipócritas, porque saben que el instrumento básico a utilizar para realizar fechorías deportivas -que casi siempre tienen un trasfondo económico- es el estamento arbitral. Lo mismo que saben que la existencia, antes y ahora, de fechorías deportivo-económicas no son meras figuraciones, porque, aunque sean casi imposibles de demostrar en un juzgado, es tal la impunidad y la chulería con la que suelen actuar quienes manejan el fútbol que no suelen tener vértigo en amenazar a quienes no se pliegan a sus designios. Y, claro, sus andanzas se acaban conociendo.
Por otro lado, cualquiera que haya visto durante años partidos de fútbol sabe que hay que tener grandes dosis de fe en la bondad humana y un grado notable de ceguera futbolística para pensar que todos los árbitros, siempre y en todo lugar, solamente se ocupan en pitar bien, sin mirar a favor o en contra de quien. Al respecto, conviene recordar que, en muchas ocasiones, la influencia de los trencillas se ejerce a través de pequeñas y sutiles decisiones (que muchas veces, pero no siempre, son meros errores) que, como cualquier aficionado/a sabe, pueden llegar a condicionar el resultado final de un partido y, por tanto, acabar teniendo repercusión en el devenir de entidades que trajinan enormes cantidades de dinero. Y ante ese tráfico de dinero, nadie está libre de tentaciones, ni siquiera los árbitros del fútbol español, aunque desde hace años ganen un auténtico pastón.
No se puede ser buen juez ni, por tanto, buen árbitro de fútbol sin tener principios éticos; pero, además, es indispensable que haya controles rigurosos que garanticen que esos principios se respetan y que quien no lo haga no salga impune. Pero, aunque quien paga el salario a los árbitros sea la Liga Nacional de Fútbol Profesional (la de Tebas), es la Federación Española de Fútbol (la de Rubiales, antes de Larrea, y antes de Villar) la encargada de controlar a los árbitros. O sea: el zorro cuidando de las gallinas y, en su caso, de los pulpos. Por todo ello, sería deseable que en el affaire Barça se llegara hasta el fondo y, más allá de lo que se pueda probar en los tribunales de justicia (y no haya prescrito), se aprovechara la ocasión para tomar decisiones estructurales de calado sobre la organización del fútbol y, por ende, sobre el arbitraje. Pero me temo que tampoco esta vez se va a poner orden y concierto en el corral futbolero. Veremos.