¡Oh deporte!  /  Fútbol es fútbol

Maradona, Messi y Felipediciembre 2020

Es difícil -y no sé si conveniente- dejar a un lado la vida privada de personas que tienen una importante presencia pública, sobre todo por aquello de que los y las más jóvenes pueden tomarlas como referentes. Además, hay ocasiones en que es complicado separar con objetividad los roles en aquellas personas que han alcanzado notoriedad en varios ámbitos de la vida pública (cuando Schwarzenegger ejercía como governator de California, me parecía que podía acabar cualquiera de sus discursos diciendo “Sayonara, baby”).


He conocido personalmente a suficientes deportistas famosos, hombres y mujeres, como para haber decidido, no sin esfuerzo, acotar mis opiniones sobre la trayectoria pública de los y las grandes deportistas a sus logros deportivos. Incluso si considero que esos o esas deportistas llevan una vida privada ejemplar o infame y/o mantienen sobre asuntos de interés general posturas que admiro o deploro, soy partidario de no salirme de la norma, y valorarlos exclusivamente en su burbuja deportiva (otra cosa es que, inevitablemente, me caigan más o menos bien por cómo se conducen en su desempeño deportivo).

Por tanto, considero que, como deportista, Maradona debe ser evaluado exclusivamente por su habilidad con el balón y su capacidad para ganar partidos de fútbol. Y que no debe serlo por otros aspectos de su trayectoria pública, aunque fueran difícilmente separables de su faceta de futbolista glorioso, como la ocurrencia de apelar a la intervención divina -la famosa mano de Dios- para camuflar una trampa, tener excentricidades de entrenador poco exitoso y con constantes salidas de tono, o mantener posiciones políticas escasamente fundamentadas más allá de su origen humilde y su retórica radical. Creo que también su vida privada debe quedar al margen de la evaluación de su indiscutible excelencia deportiva, aunque se haya permitido demasiadas veces incursiones en el terreno de lo delictivo y lo humanamente execrable.

Dicho lo cual: como uno es suficientemente mayor como para haber podido ver jugar en directo a los mejores: Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona y Messi (al brasilero solo a través de la tele); como uno tiene observado que morirse es el trance necesario y suficiente para ser perdonado por los errores (deportivos o no) cometidos en vida y poder así entrar incólume en el panteón de las divinidades futboleras; como de los citados solo quedan vivos Pelé y Messi y, por tanto, son los únicos que todavía pueden seguir haciendo pifias (en el campo, obviamente, solo el argentino); y como me malicio que al menos Messi va a vivir más que yo y que, por tanto, cuando todos estén definitivamente en el olimpo, ya no voy a estar en condiciones de emitir mi veredicto, desde la convicción de que cada uno pertenece a su época y su trayectoria deportiva no es trasladable a otra, puedo opinar y opino que el mejor futbolista de la historia es Messi. Aunque a veces cuando camina por el campo mirando al suelo me recuerde a Felipe, el amigo de Mafalda, cuando está de bajón.

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