¡Oh deporte!  /  Pensando el deporte

Dopajemayo 2015

Dice la RAE que dopaje es la acción y efecto de administrar fármacos o sustancias estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento del organismo, a veces con peligro para la salud. La definición no es aplicable en exclusiva al ámbito del deporte, pero el término dopaje se viene utilizando únicamente para hacer referencia al uso de sustancias prohibidas por parte de deportistas.

Como escribí hace algún tiempo “si doparse es emplear sustancias para conseguir, en un momento concreto, un mayor rendimiento físico, aquí se dopa mucha gente” (ver El dopaje y la hipocresía). Sin embargo, una y otra vez, son las y los deportistas quienes están en la picota por tomar sustancias prohibidas o porque alguien sospecha que lo han hecho.


Ahora quien ha sido pillada en falta es, nada más y nada menos, que uno de los iconos mediáticos del deporte: María Sharapova. Como ella misma ha reconocido, desde hace años venía tomado por motivos terapéuticos un producto que la Agencia Mundial Antidopaje ha decidido recientemente que pase a engrosar la lista de sustancias prohibidas. Y ni Sharapova ni quien se ocupa de su arsenal farmacológico -a quien seguro que remunera sustanciosamente para estar al loro- se han enterado. Es decir, Sharapova no va a ser sancionada por haber hecho algo intrínsecamente inmoral y antideportivo (como, por ejemplo, amañar un partido con las apuestas como telón de fondo), sino que ha trasgredido una norma por haber ingerido una sustancia que no es ni más ni menos dopante que cuando no estaba todavía incluida entre las sustancias prohibidas. Ha metido la pata y debe ser sancionada por ello. Y punto.

Sobre el affaire Sharapova, las declaraciones de Rafa Nadal a los medios de comunicación han sido palmarias: seguramente la intención de Sharapova no era doparse, pero ha sido negligente y ha cometido un error; ha trasgredido una norma y, en consecuencia, debe ser castigada por ello. Simultáneamente, Nadal ha tenido que salir al paso de una nueva acusación de dopaje hecha contra él. Esta vez la acusadora ha sido Roselyn Bachelot, ministra de Sanidad y Deportes durante el periodo en que Nicolas Sarkozy era presidente de la République Française.

Según la señora Bachelot, la larga ausencia del tenista español de las pistas durante el año 2015 habría sido consecuencia de un positivo en un control antidopaje que no se habría hecho público. Ante la acusación de la citada señora, Rafa Nadal ha tenido que reiterar que su lesión de rodilla era real y, además, ha vuelto a dar una detallada información sobre los tratamientos recibidos. Dichos tratamientos son totalmente legales a día de hoy y probablemente lo seguirán siendo en el futuro, salvo que un día la Agencia Mundial Antidopaje decida que, por ejemplo, el uso de plasma enriquecido con plaquetas o la utilización de células madre para tratar lesiones pasen a ser considerados prácticas ilegales para los deportistas. Es una hipótesis poco probable, pero hace un tiempo también había quien consideraba fuera de toda lógica que se considerara dopaje que un deportista se hiciera una trasfusión de su propia sangre, extraída previamente en el momento más oportuno.

En el tema del deporte nadie debe llamarse a engaño: la práctica totalidad de las y los deportistas que tienen a su disposición los medios materiales y el asesoramiento médico adecuado (en general, bastante más avispado que el de María Sharapova), toman productos que les permiten aumentar su rendimiento deportivo y que, al menos por el momento, no están catalogadas como sustancias dopantes. Lo que, por cierto, no es distinto de lo que hacen otras muchas personas no deportistas para aumentar su rendimiento en alguna faceta de su vida pública, privada o secreta, como puntualizaría Gabriel García Márquez.

El asunto de la ayuda farmacológica (sic) para mejorar el rendimiento deportivo no es habitual sólo entre deportistas profesionales o de alto nivel. Hay observaciones realizadas por honestos y cualificados profesionales de la medicina que indican el excesivamente elevado número de niñas y niños que practican ciertos deportes y que toman broncodilatadores. Y es vox populi que hay gimnasios en los que se recomienda, más o menos veladamente, la toma de determinadas sustancias que ayudan a aumentar la masa muscular.

En el deporte, para tratar de ridiculizar la trascendencia del dopaje en los resultados deportivos, suele decirse que por mucho que un burro se dope nunca se convierte en un caballo de carreras. Además, es evidente que hay casos flagrantes de dopaje que son verdaderas pifias infantiles. Tal es el caso de la desinformada Sharapova o de aquel levantador de pesas de un país de los que antes se denominaban del Este de Europa que, en unos Juegos Olímpicos, dio positivo en un control antidopaje por haber ingerido una sustancia ¡que toman subrepticiamente los que practican tiro al blanco para que no les tiemble el pulso!

Error, negligencia o falta de escrúpulos. Da igual. Rafa Nadal acierta plenamente cuando señala que en esto del dopaje quien la hace la paga. Es decir, quien no cumple las normas establecidas y es cogido en falta debe cumplir la correspondiente sanción. Pero, en mi opinión, Nadal se equivoca cuando, para reforzar su reiteradamente proclamada posición contraria al dopaje, coloca en el centro del asunto los presuntos valores intrínsecos del deporte y las cualidades que se supone que tienen las y los deportistas en su calidad de modelos de comportamiento para la sociedad y, en particular, para las niñas y los niños.

Un gran número de deportistas son objeto de admiración por haber conseguido, seguramente con mucha dedicación y esfuerzo, un alto nivel de rendimiento deportivo. Pero ni la ingente ayuda farmacológica ni los medios privilegiados de recuperación y tratamiento de lesiones ni, por supuesto, las sumas de dinero que algunas y algunos ganan por su éxito deportivo o por su relevancia mediática pueden ser elevados a modelos de excelencia para la sociedad y mucho menos ser consagrados como ejemplos a seguir por las niñas y los niños. De la misma forma que podrán ser referentes sociales los logros de artistas, intelectuales o científicas y científicos, pero no lo deberían ser las costumbres excéntricas de algunas de esas personas, los poco saludables métodos de inspiración de otras o, en su caso, la escasa dedicación que hayan podido dedicar a su prole.

Confundir la admiración por ciertos logros deportivos, artísticos, intelectuales o científicos con las supuestas virtudes de quienes los consiguen o la pretendida bondad de los medios empleados para lograrlos puede ser, en el mejor de los casos, un error o, puestos en lo peor, un poco recomendable ejercicio de hipocresía.

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