Crónicas de un hombre serio  /  Anecdotario

Los monólogos de Malikianagosto 2016

Volver a Arantzazu es como recorrer el túnel del tiempo hasta momentos inolvidables de la infancia y la adolescencia y, a la vez, traer al presente a personas -Tía Lola y Tío Pantxa- que me han dejado huellas indelebles.


Dedicado a Toñi, que fue la que me llevó a Arantzazu y que discrepa de mi opinión sobre los monólogos.

El viaje al alma de Gipuzkoa resulta redondo si uno tiene la suerte de encontrar las tantas veces recorridas campas de Urbía en su mejor plenitud y puede pasear por la noche por la explanada del santuario bajo las estrellas que la contaminación lumínica de las ciudades nos esconde (tumbados en un banco, nos hubiera gustado apagar las pocas luces del entorno para poder contemplarlas mejor). Y, para hacer que el día fuera antológico, el concierto del violinista Ara Malikian, programado por la Quincena Musical de Donostia.

Como a muchas personas, el citado músico me resultaba más conocido por su singular aspecto que por su calidad como intérprete. Sobre su forma de hacer música hay opiniones infinitamente más autorizadas que la mía. Quizá quepa subrayar la acertada forma de compatibilizar en su repertorio partituras clásicas, sus propias composiciones o aires rockeros como los de Led Zeppelin, y la fusión del sonido de un quinteto de cuerda tradicional con la percusión más heterodoxa.

Para delicia del público que llenaba a rebosar la basílica (y, de paso, para hacer soportable el permanecer sentados durante tanto tiempo en los duros bancos de madera, más propios para liturgias rigurosas que para devaneos musicales), el violinista y su grupo permanecieron ininterrumpidamente durante ¡dos horas y media! en el ábside del templo, bajo el indescifrable retablo de Lucio Muñoz. Bueno, en realidad, los del grupo que acompañaba al cada vez más famoso violinista sí tuvieron sus ratos de descanso, mientras el artista desarrollaba sus proverbiales monólogos.

Ara Malikian, además de un reconocido virtuoso del violín que está haciendo historia en la música, es un showman. Lo puso de manifiesto desde su entrada en escena, recorriendo en solitario el pasillo central mientras desgranaba con sus propios dedos sobre las cuerdas del violín una melodía inquietante, hasta el remate final del concierto cuando, después de recibir los aplausos y vítores de un público entregado, interpretó de forma solemne y rigurosa a Bach, tras una invitación al sosiego y a una despedida en calma.

También se muestra como un consumado artista del espectáculo cuando, probablemente como parte del ritual que lo lleva a conseguir una expresividad única, se mueve incansablemente por el escenario mientras baila, da saltos o se arrodilla, sin dejar de tocar el violín con la mayor de las sensibilidades. Un portento.

Lo de sus monólogos es para gustos. Según el mío, le sobran ocho de cada diez de los largos minutos que dedica a presentar sus interpretaciones. Además, salvo en contadas ocasiones (como en su entrañable referencia al genocidio armenio), en el relato de sus vivencias se esfuerza en poner de manifiesto su vis humorística.

A decir verdad, el tipo es simpático y, a tenor de la acogida del público, su sentido del humor satisface a gran parte del auditorio. Pero si como músico pertenece a una élite de elegidos y su extravagante puesta en escena queda sobradamente compensada por su expresividad, en su faceta de humorista, sin ser un petardo, está lejos de emular los chistes a la catalana de Eugenio, la verborrea inigualable de Leo Harlem o los monólogos telefónicos de Gila.

El concierto ofrecido por Ara Malikian y su quehacer de consumado showman no desmerecen por sus monólogos, pero -seguramente para bien- los apóstoles situados sobre la entrada al templo se habrán quedado un poco sorprendidos con el evento. Sobre todo porque, a lo largo de su estancia en Arantzazu, a lo que están acostumbrados es al carácter de la tierra, aprendido de su hacedor, Oteiza, y que tuvo como exponente a la bertsolari Maialen Lujanbio, que, en los preámbulos del concierto, llegó, cantó sus versos y abandonó el escenario ¡antes de que el público pudiera premiar con aplausos su última composición!

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