No hay nada como enfrentarse a una página en blanco y ponerse a escribir para saber si sobre un asunto que nos ronda por la cabeza tenemos ideas claras y podemos decir algo consistente. Quien lo haya intentado sabe el tiempo y el esfuerzo que cuesta, y conoce también la satisfacción que produce conseguirlo.

jga - junio 2020

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Algoritmos defensivosfebrero 2024

En mi particular cruzada contra analfabetos/as matemáticos que presumen de serlo y novelistas y editores que se lían con el término, me he quedado con un par de definiciones que aclaran de qué estamos hablado. Según el diccionario en línea de la RAE, un algoritmo es un “conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema”; y según el Diccionario Ilustrado de Conceptos Matemáticos de Efraín Soto Apolinar, un “procedimiento definido para la solución de un problema, paso a paso, en un numero finito de pasos”.


Es frecuente escuchar argumentos que culpan a los algoritmos de ser los mayores enemigos del bienestar de las personas que solo aspiran a vivir en paz y sin sobresaltos. Se despotrica de esos artilugios lógicos, que utilizan nuestros datos -que, bien es cierto, a menudo son obtenido de forma un tanto ladina- para llegar a conclusiones que atentan contra el libre albedrío que se nos supone, como personas y, en concreto, como consumidores. Ese supuesto atentado es, sobre todo, instigarnos a comprar algo que no nos conviene o que no necesitamos. ¿Qué hacer contra ellos?

A grandes males, grandes remedios: ante los algoritmos que pretenden atacarnos socavando nuestra libertad de elección, lo pertinente es que nos proveamos de nuestros propios algoritmos defensivos. Para ello no hace falta recurrir a indescifrables diagramas de flujos ni tener acceso a un ordenador cuántico: basta aplicar una lógica elemental. Para empezar, interiorizar uno de los numerosos refranes que postulan la desconfianza, que es un recurso elemental para andar con tiento por el famoso mercado capitalista: “A gran oferta, gran pensamiento, y a mucha cortesía, mayor cuidado”. Y para acabar, parafraseando a William Shakespeare, si verdaderamente queremos ser dueños/as de nuestro destino, no busquemos la culpa en los algoritmos, sino en nuestros vicios.

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