Negro sobre blanco  /  Epistolario

Epístola a Oriol Junquerasdiciembre 2021

Estimado Oriol Junqueras

Mi vinculación con el pueblo catalán y mi interés por su devenir político viene de lejos. A mis relaciones de amistad con catalanes y catalanas, nacidos dentro y fuera de Catalunya, se suma que, desde hace unos años, una parte de mi familia está asentada en Barcelona, por lo que, además de estar atento a los acontecimientos políticos que tienen lugar en su país, trato de comprender las claves de la sociedad catalana. Con ese propósito, hace tiempo que sigo con interés tanto sus planteamientos políticos como las actitudes y motivaciones personales en que se sustentan y que, de vez en cuando, suele exponer ante los medios de comunicación. Eso me ha llevado a algunas reflexiones que llevo tiempo queriendo compartir con usted, pero en la política catalana pasan tantas cosas que siempre surge nuevo con que matizar el contenido de esta epístola. 

En primer lugar, debo decirle que he llegado a la conclusión de que la tortuosa hoja de ruta política que le ha tocado recorrer desde que en septiembre de 2011 accediera a la presidencia de su partido Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) quedó fijada varios años antes, en 2016, cuando se celebró el Referéndum sobre el Estatuto de autonomía de Cataluña, convocado por el president socialista Pasqual Maragall. En aquella consulta se hacía a los y las catalanas la siguiente pregunta: ¿Aprueba el proyecto de Estatuto de autonomía de Cataluña?. El texto que se sometía a refrendo era el que poco antes había sido aprobado por las Cortes Generales de España. Participó el 48,85% del censo; el 73,90% de quienes votaron aprobaron el Estatut d’autonomia; y el 20,76% votó no, tal y como había pedido su partido, liderado entonces por Josep Lluís Carod-Rovira. Desde aquel momento, quedaba claro que la única alternativa para su partido era subir la apuesta. 

Un argumento fundamental de ERC para rechazar el texto de aquel estatuto -que hoy en día sigue vigente y con el que ustedes gobiernan- fue que no recogía explícitamente que Catalunya es una nación. Pudieron haberlo rechazado cuando el texto pasó por el Senado, pero se decantaron por la abstención, para no impedir que el pueblo catalán se pronunciara directamente sobre si quería o no aquel estatut. ¿Por qué acabaron pidiendo finalmente el voto en contra sabiendo que el pueblo catalán le iba a dar el sí? Me temo que fue por lo mismo que, después, también les ha pasado otras veces: no les gusta que les llamen botiflers, que es como en su país se denomina, con desprecio, a quienes son acusados de traicionar a la patria catalana. Soy vasco y me considero abertzale, por lo que sé lo mal que sientan esas cosas, pero los años me han enseñado que si estás demasiado pendiente de la opinión de los demás es difícil seguir avanzando. Aunque, por otro lado, nunca he osado presentarme a más elecciones que a las sindicales. 

En 2014, cuando escribí Los pucheros de Oriol, me parecía que sus planteamientos sobre el derecho de la nación catalana a decidir su destino eran más emocionales que racionales. Ahora ya no me parece usted el mismo político al que se le quebraba la voz al proclamar la urgencia de que Catalunya se convirtiera en un estado independiente. Al respecto, aunque no dudo de su sinceridad al atribuir la nueva estrategia política que usted propugna a la reflexión colectiva llevada a cabo por su partido, me pregunto si en el cambio en su forma de sentir la política no habrá tenido mucho que ver el tiempo pasado en la cárcel. Durante estos años, cada vez que le he escuchado ha puesto de manifiesto la fortaleza de sus convicciones políticas y de sus valores personales, pero intuyo que esos días y esas noches pasados en la soledad de su celda le habrán llevado a reservar sus emociones, sobre todo, para sus personas más próximas, particularmente para su familia. El punto de inflexión que señala el arranque de esa nueva estrategia fue, sin duda, la carta enviada por usted hace unos meses a laSexta y al periódico ARA, en la que exponía su nuevo talante político y personal, más racional y posibilista. 

Me sorprendió que en esa carta planteara como novedosas algunas reflexiones políticas que para muchas personas, catalanas o no, ya eran evidentes antes del referéndum de independencia del 1 de octubre de 2017. Así, cuando dice que quiere “volver a extender la mano a todos aquellos [catalanes] que se hayan podido sentir excluidos”, no hace sino aceptar lo que, a mi juicio, es un principio elemental: solo se puede construir una nación moderna y dotarla de instrumentos democráticos de autogobierno desde el respeto a las formas diversas en que las personas hagan suyas las señas de identidad de esa nación. Por eso me parece relevante que en la carta subraye también que este “es el momento de la audacia política, el coraje democrático y la reconciliación social”, y que añada que lo es “porque la conciliación del conjunto de nuestra ciudadanía es fundamento imprescindible del futuro”. 

Considero que sus argumentos a favor de la autodeterminación de Catalunya tienen una base sólida y, además, coincido con usted en que la vía escocesa a la que apela no solo es el camino más adecuado, sino quizás el único para resolver democráticamente la cuestión catalana (y la vasca). A quienes defienden que en el Estado español la nación española es la única que tiene razón de ser, hay que recordarles que si el pueblo catalán quiere decidir -según las encuestas, por mayoría aplastante- sobre la opción de constituir o no un Estado catalán, lo acabará haciendo. De una u otra forma, para votar a favor o en contra, pero lo acabará haciendo. Porque, incluso entre aquellos que votarían en contra de la independencia, la mayoría siente o, al menos, reconoce que Catalunya es una nación. En ese camino coincido también con usted en que “el diálogo y la negociación son imprescindibles”, ya que “los conflictos políticos que se acaban resolviendo lo hacen, tarde o temprano, alrededor de una mesa donde todas las partes exponen libremente sus posiciones”. 

Espero que el pueblo catalán, incluso aquellas personas que no profesen sus mismas ideas, tenga la suficiente memoria histórica como para reconocerles, a usted y a quienes lo han acompañado en estos años de cárcel, su contribución al futuro de su pueblo. Ojalá que la historia sea justa con usted y, sea cual sea el estatus político de su nación, Catalunya, pueda disfrutar del honor que supone estar al frente del gobierno de la Generalitat. Aunque me imagino que lo que realmente le gustaría es ser presidente de la república catalana. Le deseo suerte y que, si así lo quiere la nación catalana, sus sueños se cumplan.

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