Negro sobre blanco  /  Las tesis del aitona

Más papistas que el papamarzo 2021

Gran parte de las personas que, con mayor o menor asiduidad e intensidad, son practicantes de una religión han sido educadas en ella desde la niñez. La mayor parte de las veces, por tradición familiar; aunque en determinadas sociedades es la estructura social o el propio Estado quienes lo imponen de manera casi obligatoria. Un ejemplo de este último caso es el nacionalcatolicismo vigente durante la dictadura franquista. Desaparecida la presión social y administrativa, muchos de aquellos católicos por obligación dejamos de serlo. En bastantes casos porque llegamos a la conclusión de que buena parte de los valores que se nos habían trasmitido en nuestra educación los habíamos recibido envueltos en dogmas increíbles y patrañas insostenibles. Lo anterior no obsta para que hayamos hecho nuestros muchos de esos valores, y que procuremos preservarlos y trasmitirlos. Aunque para defenderlos evitemos caer en farisaicos argumentos que ya entonces nos parecían tan contumaces como anacrónicos. 

En el caso de personas adultas que son neófitas (recién convertidas a una religión) o conversas (entre las anteriores, aquellas que antes profesaban otra religión), en el momento de aceptar o cuestionar las creencias de su nueva religión, se les supone una capacidad de pensamiento crítico superior a la de aquellas que están imbuidas de dichas ideas desde su más tierna infancia. Sin embargo, es frecuente encontrar mayor nivel de fanatismo religioso entre quienes han llegado a la religión con más edad y, supuestamente, con mayor consciencia. En ocasiones, su extremismo religioso las lleva a colocar en un segundo plano valores inequívocamente virtuosos -como, por ejemplo, la libertad o la igualdad-, para parapetarse en la defensa de los dogmas y los preceptos de su iglesia, a menudo desde posiciones sectarias y recalcitrantes. 

Por otro lado, a las personas creyentes no les falta razón al criticar que la secularización y mercantilización a ultranza de tradiciones que han estado ligadas a lo sagrado se han convertido, en cierto modo, en la nueva religión de nuestro tiempo. Además, la defensa de esas tradiciones y de sus rituales (festejos, comilonas, regalos, etc.) se realiza, en demasiadas ocasiones, desde un dogmatismo y monolitismo ideológico y argumental tanto o más sectario que el mantenido por quienes profesan los planteamientos religiosos más integristas. En uno y otro caso, tanto a quienes son adalides de la nueva religión de lo superficial y superfluo como a quienes mantienen fanáticamente creencias demasiado pueriles les va como anillo al dedo el dicho de que son más papistas que el papa. Aunque no sean católicos.

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