Negro sobre blanco  /  Escritos de un sindicalista

Religión y trabajo: ¿una relación emergente?agosto 2023

Hace unos meses, en la búsqueda de información para un trabajo académico, me detuve en un texto que solo cabe calificar de peregrino, entendido el término como “extraño, especial, raro o pocas veces visto”, y sin perjuicio de que a sus autores (Galán-Castro y Martínez Trejo, 2016) posiblemente les parezca más adecuada otra de las acepciones que también recoge el diccionario de la RAE: “Adornado de singular hermosura, perfección o excelencia”. El texto versa sobre la relación entre la religión y el trabajo, que los autores califican, sorprendentemente, como “emergente”.


Me parece poco creíble que la relación entre religión y trabajo resulte novedosa en México, el país de los citados autores, pero seguro que no lo es, por ejemplo, para nadie que se educara en España en los tiempos del nacionalcatolicismo y el sindicato vertical o que viviera en el País Vasco cuando surgieron las cooperativas, sustentadas en ideas de la doctrina social católica que pretendían -en mi opinión, con buena dosis de ingenuidad- dar un quiebro a la intrínsecamente perversa lucha de clases.

Quien como elementos de referencia para dirimir los interrogantes y resolver los conflictos sociales acepte principios y creencias que no pueden ser contrastados mediante la razón y la ciencia es posible que entienda que la religión es solo la “expresión social y cultural de la relación entre los hombres y las causas últimas”, como sostienen los autores del texto. Pero llegar a plantear que “la religión puede ser un elemento relacional muy importante al explicar el significado de las normas y la moral en el trabajo” suena demasiado a valerse de creencias religiosas en recompensas en el más allá para aceptar injusticias en el aquí y el ahora.

Este enfoque es el adecuado para que sacerdotes, pastores o como quiera que se denominen los gurús de cada organización religiosa no solo se erijan en interpretes de la verdad sobre las causas últimas, sino también sobre la conflictividad laboral y, por tanto, sobre cómo evitarla. Porque, en las relaciones laborales, si algo ha quedado patente a lo largo del tiempo es que gran parte de la supuesta ética del trabajo defendida desde las jerarquías religiosas propicia que todo lo relacionado con la economía se dirima en “los mercados” y que los previsibles enfrentamientos se diriman poniendo el acento en hacer más grande la tarta de la riqueza y no tanto en cómo repartirla con mayor equidad.

Acepto plenamente la importancia de la religión en la vida de las personas y respeto profundamente la fe del carbonero, como se ha llamado tradicionalmente a la que profesa quien cree de manera sincera, incluso si lo hace sin sentido crítico, en lo que le ha sido trasmitido por personas en las que confía y a las que considera honestas; y, al igual que los autores del texto de referencia, también asumo intelectualmente la pertinencia de “abordar la relación entre religión y trabajo”. Pero no puedo remediar rebelarme contra la utilización de las patrañas más burdas de las religiones -de todas- para ofrecer pequeños remansos de supuesta felicidad espiritual que compensen la injusticia social. Esa que tiene uno de sus puntales en un mercado de trabajo inhumano y radicalmente alejado de lo que los pensadores clásicos denominan el ejercicio de la virtud.

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