Historias  /  Sucedidos

Cuento del niño al que le contaron la fábulaoctubre 2022

No recuerda la primera vez que alguien le contó la fábula de la cigarra y la hormiga, pero seguro que fue durante su primera infancia. Y es también seguro que ni la persona que se lo contó ni el niño que la escuchó tenían ni la más remota idea de quien era Esopo. Solo era un cuento que venía como anillo al dedo para explicar uno de los pilares de la cultura de la época: quien trabaja cual hormiga sale adelante; quien cultiva la vagancia acaba mendigando, como la cigarra. Era un mundo en blanco y negro, en el que trabajar -la mayoría desde que cumplía la edad legal para hacerlo: catorce años- era lo que tocaba para ser una persona de bien. Aquel niño tardaría años en enterarse que en el mes de mayo de 1968, cuando apenas despertaba a la adolescencia, se había descubierto que debajo de los adoquines estaba la playa, que era una obligación pedir lo imposible y que hay veces en que la gente no quiere realidades, sino promesas. Trabajar siguió siendo indispensable para llevar una vida digna, pero también había cigarras jipis que se lo pasaban pipa. Después se acabó la fiesta del trabajo, empezó la nueva globalización y se puso de moda la desregulación. Y el niño, que mientras tanto ya se había hecho mayor, no tuvo más remedio que asumir que la historia de la cigarra y la hormiga no le iba a servir para explicar a sus nietos y nietas el funcionamiento del mundo. De todas formas la fábula siempre le había parecido poco divertida y bastante casposa. Le gustaban más los tebeos de Hazañas Bélicas, que le sirvieron para hacerse pacifista.

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