“En una enumeración de los grandes temas de nuestro tiempo no podría faltar el deporte. [...] No porque haya de situarse entre los quehaceres más importantes del hombre, sino porque verdaderamente es uno de los sucesos representativos de nuestra época”.

José M. Cagigal; ¡Oh deporte! (Anatomía de un gigante); Miñón, 1981

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Comportamientos impresentablesseptiembre 2024

Empieza la nueva temporada deportiva y pronto lo harán las competiciones del deporte en edad escolar. Y volveremos a tener noticia de comportamientos que no se corresponden con los valores que se le suponen al deporte. No me refiero a las transgresiones de los reglamentos deportivos por parte de quienes compiten, sino a la forma en que se comportan personas que asisten a las competiciones como espectadoras.


No hay que ser especialmente aficionado/a para saber que en el ámbito de las competiciones deportivas se producen situaciones en las que ciertas personas, ya sea de forma individual o grupal, se sienten impelidas a comportarse de manera impresentable. En el caso del deporte espectáculo, pueden ser insultos coreados por parte del público o comportamientos incívicos que molestan a otras personas asistentes o, incluso, al vecindario próximo a los recintos deportivos que ni siquiera participa del evento. También se producen cada fin de semana comportamientos inadecuados en competiciones deportivas entre menores, protagonizados habitualmente por padres y/o madres que, por ejemplo, no admiten el error de un árbitro o una árbitra que apenas tiene unos años más que quienes compiten.

Tanto en un caso como en otro, son comportamientos protagonizados por personas jóvenes y no tan jóvenes que, al menos en teoría, tienen un bagaje educativo suficiente como para conocer los límites que no se deben sobrepasar. Además, la mayoría de esas personas probablemente no se comportan de esa forma en otros ámbitos. ¿Qué es lo que ocurre en las competiciones deportivas?

Está fuera de discusión que las competiciones deportivas son unos de los rituales colectivos más relevantes de las sociedades contemporáneas y, en consecuencia, puede entenderse que el interés que suscitan vaya más allá de su componente meramente estético o sus (supuestos) valores educativos. Por tanto, debe aceptarse que quienes asisten a esas competiciones tengan predilección por uno de los equipos que compiten o que se sientan especialmente cercanos a alguno/a de los/as competidores/as. Pero eso nunca debe conllevar que se acepten ciertos comportamientos, ni antes ni durante ni después del tiempo que dura la competición propiamente dicha.

El problema no es nuevo, aunque no da la sensación de que esté en vías de resolverse. Hay quien opina que lo que ocurre en las competiciones deportivas o en otros rituales colectivos es inherente a la condición humana. La cuestión es si quienes dirigen el deporte hacen todo lo necesario para acabar con una lacra que ensombrece lo que, sin duda, “es uno de los sucesos representativos de nuestra época”. Y, por cierto, en este asunto, como en otros, no vale mirar para otro lado, porque en el deporte -particularmente en el que se practica en edad escolar- también quien calla otorga.

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